Joaquín
Sabina regresa a mi calle melancolía en menos de quinientas noches y poco más
de diecinueve días... Nunca es demasiado tarde, princesa. Me sobran los motivos
siempre, me faltan las canciones nunca, te lo dice esta boca que es mía, a mis
cuarenta y pico, sin ganas de callarme, ni cerrar por derribo, desde la orilla
de esta chimenea que prende tu nombre y marchita mi frente.
Joaquín
Sabina, qué demasiado, el dos de abril hará inventario de mis círculos viciosos
que rezan sus temas. Volverá a galopar ese caballo de cartón en el hipódromo de
mi conciencia, ese “puraletra” que, pisando el acelerador, me conducirá por el
túnel, cual españolito de cartón marchitado por la crisis, al otro lado de la
negra noche.
Joaquín
Sabina me recordará que, cuando era más joven, vivía en pensiones de mala
muerte, que me sostenían las lecturas en antros en los que alguna dama de noche
me recetó pastillas para no soñar, antros regentados por muñecas de saldo y
esquina que apuntalaron mi amor eterno con besos en la frente. De madrugada
regresaba a mi cuarto en el barrio de la soledad donde escuchaba música, leía y
me masturbaba hasta la extrema extenuación fantaseando con la vecina de arriba.
Era el sonido metálico de ese pacto entre caballeros el que me resucitaba a la
tercera metáfora cantante y sonante. Después, como un explorador derrotado,
asaltaba mi cama vacía a esa hora en la que los primeros clientes se acodaban
en el café de Nicanor.
Joaquín
Sabina me cantará desde el hotel dulce hotel en el que conocí a Eva tomando el
sol. En aquella azotea me besó la frente, me acarició la espalda, me entregó su
sexo y secuestró el mío. Sucedió un mes de abril que alguien robó poco después,
a punta de canción, para elevarlo a los altares de la música, al olimpo de ese
Dios que un día jugó a ser joven y a ser aprendiz de pintor de historias.
Ahora, cuando aprieta el frío, los perros del amanecer le ladran a aquel que
nació al borde de un camino de militancia musical, a este yo que nació para
perder.
Joaquín
Sabina vestirá de sonetos mis noches de boda huérfanas. Antes de que den las
diez llegarán todos los invitados menos tú, que restarás apilando sueños y
jugando a hacerte daño adivinando cuanto dista el olvido de la añoranza.
Joaquín
Sabina me recetará que pase esta noche contigo por el bulevar de los sueños
rotos. Al otro lado de los puntos suspensivos hallaré tu boca que sellará la
mía con besos con sal, con más de cien mentiras, con ese no rezar para no
creer, con ese no besar para no soñar, con ese ruido de fondo ataviado de
medias negras.
Joaquín
Sabina aterrizará en Girona con sus aves de paso sobrevolando estas intenciones
escritas. Me dedicará el rocanrol de los idiotas mientras, contigo, vuelvo a
sentirme tan joven y, sin embargo, tan viejo a la vez. Sus letras son las velas
de mis cumpleaños, las manecillas de mi reloj, la arena de mi playa, la
urgencia de mis amores que matan, mis más de cien palabras y mis más de cien
mentiras piadosas, y mis más de cien motivos para no cortarme de un tajo las
venas.
Joaquín
Sabina ofrendará una canción para la Magdalena en el altar de este templo
llamado peor para el sol. Y colgará
el cartel “cerrado por concierto” justo entre mi corazón y mi alma en carne
viva.
Joaquín
Sabina se bajará en Girona y, al mismo tiempo, yo me bajaré en Atocha. No
permita la virgen un desencuentro, tampoco un desconcierto. Los lugares son
escenarios para frecuentar, para recordarlos, para escribirlos, para cantarlos,
para convertirlos en acordados y sintonizar sobre las barras de sus bares el 69
punto G.
Resumiendo; El hombre del
traje gris, mi juez y parte, mi buena compañía, mi Juana la loca, mi amigo Satán,
mi pirata cojo, mi Barbi Superestar, mi mater España, mi eclipse de mar, mi
optimista rapero, mis números rojos, mi doble vida, mi pájaro de Portugal y mi
ruleta rusa preñada de poemas, regresan a esta ciudad inmortal para interpretar
la canción más hermosa del mundo: así estoy yo sin ti.