domingo, 3 de agosto de 2014

EL COLUMPIO


           
Foto: Merche Valdés
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La madre empuja el columpio que balancea la felicidad de dos niñas en un parque público, una franja minada de juegos infantiles. Un sitio donde se congregan las risas y en el que la diversión deja paso a más diversión. Una zona donde la hora de la merienda reúne a los adultos entorno a una gran piedra que hace de mesa. Sobre ella colocan refrescos, bocadillos y, ocasionalmente, caramelos y golosinas. Todo sucede bajo ese cielo que la literatura y el cine han convertido en un icono protector. 

La madre de las niñas va a reunirse con los otros mayores. Les ruega que jueguen entre ellas, pero que no se peleen. Quieren saber adónde va. Y va donde siempre va cada vez que acuden a ese parque; a prepararles la merienda, a ayudar a los demás, a tomarse un café, o quizá un té. A hacer tiempo hasta la hora de regresar a casa. Las niñas se pierden las últimas frases porque ya están enfrascadas en la cadencia oscilante del columpio. Se separa de ellas y alcanza la gran piedra que ya está cubierta de bocadillos blandos, de caramelos, esta vez sí, de refrescos y frutas. Sostiene una gran taza de té en la mano. Atiende las explicaciones de una amiga sobre los últimos resultados escolares de su hijo. También escucha los progresos en la universidad del hijo mayor de otra de ellas, que estudia medicina y que apunta maneras, que quizá acabará convertido en un excelente médico capaz de sanar este mundo, puede que en un cirujano plástico que le cambie la cara a este planeta cada vez menos en forma, cada vez más destrozado. Pero le dice que somos las personas y no el mundo, que es la mano del hombre la que da y la que quita, la que cura y la que aprieta el gatillo. Todas asienten. Una pregunta qué contiene el termo de color azul. Le contestan que es zumo y se sirve un vaso. 

La madre busca con la mirada a sus hijas. Siguen a lo suyo, divirtiéndose sin conflictos. Una está justo al lado de la otra, le hace cosquillas. La que está subida en el balancín mira hacia arriba, riendo cada vez más, desternillándose finalmente. La madre llama su atención. Es hora de merendar. Poco a poco se suman las otras madres. Pero los niños no tienen hambre cuando se trata de escoger entre el bocadillo o el juego. Se acomoda, mientras las espera, sobre la yerba seca que circunda esa área de recreo. Al apoyar los codos buscando una buena postura nota cómo tiembla el suelo. Barrunta entonces el peligro. Y busca a las niñas mientras se dirige hacia ellas, no, corriendo hacia ellas. Todas esprintan hacia la salvación. Alcanza el columpio y lo frena en seco. Ellas se quejan y preguntan qué pasa, que no tienen hambre, que prefieren jugar, que después, le prometen, se lo comerán todo. Pero no hay tiempo que perder. 

La madre las empuja fuera de ese parque que la crueldad hebrea ha convertido en un objetivo, como la escuela que tuvieron que abandonar porque los misiles la borraron del mapa como se borra una mala suma en la pizarra, como aquel hospital que los tanques redujeron a escombros, como la casa de sus padres que sucumbió al voraz apetito de los soldados judíos. No hay nadie, no hay nadie, lloraban los pobres ancianos mientras observaban cómo les apuntaba el mismísimo diablo con armas de asalto. No encontraron nada. Y sin nada les dejaron. Ahora viven con su hija y con sus dos nietas.  

Esa escena tiene lugar en un parque público de la franja de Gaza. Una franja minada por la confrontación. Un sitio donde se congregan los llantos y donde la pena deja paso al luto más negro. Una zona donde la hora de la merienda puede no llegar nunca porque un cielo iracundo y preñado de maldad les ha dejado de proteger.

11 comentarios:

  1. Amigo Mario, veo que ha sucumbido a la actualidad y ha dejado sobre la página, su página, una pequeña gran historia de éste conflicto bélico desarrollado entre dos bandos tan distantes entre sí, unos armados con piedras otros con misiles, unos avanzando a lomo de burro otros montando Hummers, unos con soldados profesionales y el otro con una guerilla oculta entre sus propios coterráneos convirtiéndolos en blancos tácticos.
    Es un conflicto que a los ojos del público ya tiene culpables e inocentes.
    No siempre los que nosotros creemos.

    Me ha encantado y espantado su historia.

    Un abrazo

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  2. Estoy de acuerdo en lo de los culpables y las víctimas del comentario anterior pero el cuento sigue siendo válido. Los unos matan más y más a lo bestia porque tienen más dinero. Incluso en el asesinato se mata más y mejor con una buena cuenta en el banco. Esto no significa que los que tienen menos, si pudieran, no matarían con placer. En esa franja se ha aposentado el infierno y los que lo pagan son los personajes de tu columpio. Las víctimas, al serlo, dejan de tener bando o religión. Lo que nos abruma en las notícias es que vemos un gigante masacrando una hormiga. Y es así pero también hay más. Israel con sus ultraortodoxos intolerantes(los del cabello rizado y las ideas lisas) y luego Gaza con sus fundamentalistas islámicos. En el centro una amplia mayoría de moderados(gente judía de la sociedad moderna que quiere avanzar y que tiene problemas con sus rabinos controladores) y moderados de Gaza(palestinos que quisieran darle la espalda a Hamas pero no saben, no pueden y finalmente, a fuerza de ver a sus hijos sangrando, no quieren). Un conflicto brutal que ha estallado y en tu texto me impacta porque haces la fotografía en el único lugar que importa: dónde habitan los inocentes. Ahí es dónde lo sentimos todos porque la mayoría nos identificamos con esas pobres gentes. Soldados y políticos ya son otra especie. Allí matan y aquí se encogen de hombros.
    Buen engaño con la fotografía. Me has llevado dónde querías. Podríamos ser nosotros. Nunca lo he dudado. Un abrazo.

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  3. Comparto tu sentir, Mario, y que escribas sobre cosas cotidianas de gente común sobre la que se descarga la brutalidad, la ambición y la ambigüedad de los organismos que dicen velar por la paz y justicia.
    Hoy he leído la columna de Manuel Vicent en El País: "El Estado de Israel debería haberse instalado en EE.UU." y no arrinconando a los palestinos con los que se preveía una difícil convivencia.
    Tus escritos son muy humanos y me gusta cómo los tratas.

    Un abrazo.

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  4. Y es que uno no puede evitar hacer una entrada homenajeando a esos pueblos que sufren. Nosotros, que a veces nos quejamos por soplapolleces, que sólo nos damos cuenta de lo privilegiados que somos cuando vemos en la tele esas imágenes que nos parecen de otro mundo. Muy buena tu entrada Mario. Por cierto, ahora estoy leyendo Los enamoramientos de Javier Marías. Soy Angela.

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  5. Vaya, bien has dicho que es el hombre el que pone y el que quita, estremecedor.
    Un abrazo.

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  6. Estoy esperando otro de tus excelentes escritos, Mario.
    Leer, sentir, disfrutar tus historias...

    Un abrazo.

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  7. Sin conocerle me gusta muchísimo lo que usted escribe... no le leo siempre pero sé que está por ahí... y como soy muy incumplidora e infiel le dejo y vuelvo. Porque sé que ese Mario que conocí por medio de Opin, sé que siempre escribe algo que me gusta. y eso. qué más. Gracias.

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