Abro lo ojos.
El reloj de la mesita de noche marca las dos y catorce minutos.
Me levanto para ir al lavabo. Mi vejiga no falla. Con el tiempo, fisiología y anatomía se han puesto de acuerdo. Incluso a las horas intempestivas, van de la mano. Si tengo que ir al baño, abro los ojos de par en par, alargo el brazo para levantar el despertador, pues lo dejo bocabajo para que su luz no entorpezca mi descanso. Miro la hora, y salto de la cama buscando las zapatillas.
Pero no están en su sitio. Sonrío. Sonrío porque soy un desastre. Porque olvido, incluso, cuántas ovejas conseguí contar antes de caer bajo el yugo soporífero. Nunca recuerdo qué he soñado. Nunca recuerdo si he soñado, cuando alguien me pregunta.
Estarán en el lavabo. Las dejaría anoche tras cepillarme los dientes. O estarán debajo de la mesa de mi despacho. Las abandonaría ahí tras alguna de mis incursiones en la red. O en el comedor, o en la cocina, o en algún sitio que mi gato, seguro, se encargará de descubrir.
Salgo de la habitación. El silencio es ensordecedor. Una quietud que amenaza mi noche y sus frutos. No me topo con Alonso. Hasta hoy, al mínimo ruido, abandonaba su nido felino y se acercaba rompiendo con sus ronroneos quedos el sosiego de estos setenta metros cuadrados que mi alquiler costea.
Ni zapatillas ni gato, pienso. Extrañado, pero priorizando, voy hacia el lavabo. La puerta está abierta, como todo en mi noche, como casi todo en mi vida. Las puertas, en mi caso, se inventaron sólo para abrirse. Ana sostiene que nunca sé cerrar, que se me olvidó algún día. O que el paisaje que dibujan armarios ofrecidos, puertas fuera de sus quicios y cajones mostrando su contenido, me satisface sobremanera. Por donde paso, dejo aperturas.
No levanto la tapa del retrete. Ya está izada. Es una bandera que me dirige en mi noche. Un faro que orienta mi meada. Mientras dirijo el chorro contra la blancura nívea del inodoro, escucho un maullido en alguna parte del piso. Y otra vez silencio. Ha sucedido muy rápido. Mi pis se ha cortado, me he manchado el pijama de rayas que me regaló alguien creyéndose un amigo invisible y que pensó que nunca descubriría que era él y sus intenciones de convertirme en un preso esclavizado de Morfeo. Lo he puesto todo perdido, pero son los latidos de mi corazón los que amenazan con estallar mi pecho, los que están a punto de romperse en mil pedazos y tintar con mi miedo todo este aseo.
Aterido de esa frigidez que el terror ha derramado por mi cuerpo, entro en la cocina. Ni rastro de mi mascota. Lo llamo y no responde. Le grito que si quiere comer algo. Agito la lata que contiene su compuesto de comida para llamar su atención y atraerlo, cual aprendiz de Paulov. Por lo general es escuchar ese sonido y volar. Pero no acude.
Otro maullido aterrador y una sucesión de golpes en el salón hacen que dirija mis pasos hasta allí. Cuando arribo, silencio. No se oye un ruido. Vuelvo a pronunciar su nombre. Coloco mi cuerpo a ras de suelo, en cuclillas. El frío muerde mis pies desnudos. Me acuerdo de las zapatillas que aún no he encontrado y que ya empiezo a echar de menos. Miro en derredor. Nada. La tele, silente, está detrás de mí. Oteo la oscuridad, intentando toparme con los ojos familiares, con la brillantez púrpura y felina. Apoyo la espalda contra las treinta y dos pulgadas catódicas.
Ahora sí. Nuestras miradas colisionan. El pelo erizado y su figura arqueada indican que algo no encaja. Lo llamo, dulce, con toda la dulzura que el pavor me permite. Dicen que lo peor que puede suceder cuando te encuentras ante un animal acorralado, es que huela tus estertores de puro terror. Justo cuando levanta su cuerpo de gato entrado en quilos, veo mis zapatillas que protege como si fuese la descendencia hierática de algún ser mitológico.
Mi compañero de piso se acerca renqueante, dibujando sigilosas coreografías sobre el suelo. Al llegar a mi lado, agacha la cabeza y topa su hocico frío contra mi rodilla. Recorro su lomo, me entrega su cuerpo y emite unos ronroneos en respuesta a mis caricias. Miro su cara y la apreso entre mis manos. Le digo que me ha asustado. Qué te pasa, le pregunto. Por qué esos bufidos. Me vas a matar de miedo. Olvidas que me asusta hasta la felicidad.
Se zafa de mí y vuela a su refugio. Me temo otro ataque, pienso que quizás se esté volviendo loco. No sólo los humanos perdemos la cabeza, asevero. Pero no, torna de su escondite con las zapatillas en la boca. Descargo una lluvia de arrumacos y le doy las gracias pues mis pies acusan el cansancio gélido de la búsqueda.
Regreso a mi habitación. Inicio mis pautas de conducta para reconducir el sueño: inclino el despertador para que su luz no entorpezca mi travesía hacia el amanecer. Programo diez minutos de música para que amanse la fiera asustada que me habita y que necesita una sobredosis de descanso.
Abro los ojos.
El reloj de la mesita de noche marca las dos y catorce minutos.
De un tiempo a esta parte, la apremiante necesidad de achicar las aguas sobrantes de mi cuerpo interrumpe mi descanso. Debe ser la edad, me diagnosticó el médico cuando le comenté mis nocturnas peregrinaciones.
Las zapatillas no están donde deberían estar. Porque estoy seguro que las dejé al pie de la cama, delante del espejo del armario. No importa, estarán junto al wáter, o en la cocina esperándome para el primer café, o debajo de la mesa del despacho; en el sitio menos pensado. Mi despiste se permite inciertas licencias. Aunque es cierto, lo poco que ordeno, sin casi esfuerzo, son estas viejas pantuflas. Guardan un orden y velan mis sueños a los pies de la gran luna que cobija el reflejo de mi dormitorio.
Llego hasta el baño. Apunto al centro del volcán acuoso y mis pies empiezan a alimentarse de una frialdad que amenaza con paralizarme. Levanto el pie derecho, mientras el chorro pierde vigor y acierto. Acaricio la planta del pie contra la pernera de la otra pierna. Tengo los dedos entumecidos. Termino de mear y toco el suelo comprobando que está caliente. La calefacción funciona. El gres desprende calor. Pero mis pies desvestidos siguen temblando; se encogen. Muevo los tobillos girándolos hacia un lado, hacia otro. Crujen.
Enfilo el camino al dormitorio justo en el momento en que los lastimeros bufidos de Alonso me reclaman desde su escondite. Quedo paralizado. Poco a poco, mi cuerpo empieza a obedecer y dejar de lado el pavor que me embarga. Me agacho delante del plasma televisivo. Apoyo la espalda contra la pantalla proyectando mi campo de visión hasta debajo del sofá. Nuestras miradas coinciden en un punto intermedio y responde a mi llamada estirándose y bostezando, mostrando una fila de dientes pequeños, de afilada blancura. Viene hacia mí. Sus ronroneos cadenciosos me indican que todo va bien, justo por el sendero de la tranquilidad necesaria para que el miedo no termine devorándome las entrañas.
Lo dejo en su sitio, para que duerma, para que le maúlle a la luna; que haga lo que quiera con su noche. Yo sólo quiero llegar en mi sano juicio hasta el despertar. Y si sigue maullando así, no lo conseguiré. De pequeño, los gatos en celo que patrullaban los tejados me asustaban cuando bufaban y emitían esos quejidos de honda excitación.
Cuando estoy a punto de meterme en la cama, deshago el camino. Vuelvo a mi agazapada posición delante de la tele. Él se muestra contento, levanta la cabeza y un suave y nimio gemido escapa de su boca. Me acerco hasta su refugio. Acaricio su cabeza, rozo su nariz rosada y fría. Consiguen mis manos garatusas levantar su pesadez y atraerlo. Las zapatillas emergen debajo de su cuerpo. Sí, el objeto no identificado avistado hacía unos minutos eran ellas.
Las cojo y las llevo conmigo, tras dedicarle una serie incontinente de carantoñas. Le indico con un hilo de voz musical que no son un juguete, que no se arranque por maullidos locos, que se tranquilice, que duerma, que no pasa nada, que el amanecer está a la vuelta de la esquina soñada.
De nuevo en mi cama. Sintonizo una emisora sin música. Quiero gente hablando. Sus voces, sus cacareos de tertulia a deshoras acompañándome en mi travesía... Restriego pie contra pie buscando calor. El frío ha escalado el muro de mi noche y se ha instalado en cada poro. Mis ojos pierden el contacto con el cansancio. No se apagan. La batalla se inclina del lado de la madrugada.
Doy vueltas en mi lecho sin encontrar una postura dormitiva, le envío mensajes de auxilio al pastor del rebaño. Necesito ovejas somníferas que amortigüen mi duermevela.
Descanso la cabeza sobre mi brazo derecho. Respiro hondo, porque no puedo hacer otra cosa para invocar el ansiado reposo. En ese instante, la puerta del cuarto se abre empujada por las patas delanteras de Alonso. Su cuerpo encrespado, su blancura de peluche se desliza por el suelo. El reloj de mi cordura herida de muerte marca las dos y catorce minutos. El animal se sitúa delante del espejo al que lanza maullidos y bufidos encolerizados. Me invade un miedo críptico. No hablo. No muevo un músculo. Mi respiración agitada me hace convulsionar. Me revuelvo incómodo bajo el edredón. La algidez remonta mi cuerpo. Mis manos pinzan el nórdico y me cubro hasta la barbilla, como durante aquellos episodios de terror que padecí en mi infancia, cuando me asustaban las portadas de los cómics de terror que mi hermano guardaba en el cajón de la mesita a modo de catecismos diabólicos.
Alonso gira la cabeza y descubre mi helamiento. No puedo decirle nada porque, que se sepa, una estatua no puede hablar, y el terror sólo conoce un idioma. De un salto trepa junto a mí. Muestra sumisión. Me acaricia golpeando su lomo contra mi rostro, restregando su cabeza contra mi cabeza. Su lengua áspera recorre mis dedos. Consigue arrancarme una caricia. Una caricia que interpreto como sinónimo de que todo vuelve a su sitio. Me planteo dejarlo ahí, a mi lado… justo en el momento en el que una sombra cruza entre nosotros posándose en el espejo. Sólo es una sombra, quiero decir, o quiero pensar, o quiero creer. Un haz de luz que huye de la calle.
El felino salta y se sitúa frente a la lámina acristalada. Mis zapatillas alineadas, esperando unos pies, están justo debajo, pegadas, reflejadas vagamente. Mi vista combate cuerpo a cuerpo, destello a destello, contra los bufidos coléricos y los zarpazos con los que Alonso reta al cristal.
Elevo la vista hasta toparme con unos ojos oscuros que refulgen de terror en medio de mi viaje demente. Una mirada que lanza un grito hondo provocando la huída de mi gato con las zapatillas en la boca. La manta levita encima de mi cuerpo mientras el miedo se ancla en cada rincón de mi piel. La cama ya no es un buen cobijo. Ni bueno ni seguro. Vuelvo a clavar la mirada en esos ojos tiznados de demencia. Mi voz no fluye, porque estoy ahogado, sin aire que rescate la vida secuestrada en mis pulmones. Mis brazos, que aún buscan infructuosamente la manta para cobijarme del frío y del terror, tropiezan con el despertador que gime, invocando mi despertar. El reloj cae al suelo, como cada día a la misma hora cuando toca levantarse.
Fin de la pesadilla.
Abro los ojos y en pocos segundos desplazo mi cuerpo cansado hasta el baño. Dejo correr el agua caliente mientras preparo los enseres para afeitarme tras una reponedora ducha. Ana dice que es una soberana tontería ducharse primero y afeitarme después. Pero el orden ilógico de las cosas no va conmigo. Vivo en un ordenado desorden. Ahora, con los objetos del afeitado, con el agua arreciando caliente sobre el piso de la ducha, voy hasta la cocina y prendo la cafetera. Todo sigue la hoja de ruta diaria…
Alonso maúlla desde algún sitio. Lo llamo y acude buscando su desayuno. Lo acaricio, le pregunto si él no ha tenido ninguna pesadilla y sin hacerme el más mínimo caso, bien por la independencia gatuna, empieza a dar buena cuenta de su primera comida del día.
Vuelvo al baño. La ducha elimina los últimos restos de la pesadilla que acabo de padecer. Me jode no recordar agradables sueños, no guardar el eco de alguna aventura que haya disfrutado mi inconsciente durante las horas nocturnas.
Mis dedos me recorren, se clavan en mi pelo que anuncia vejez.
El agua hirviente llena de vaho, convirtiendo en una sauna los escasos cuatro metros cuadrados. La toalla acaba con los vestigios acuosos en mi piel. Ahora, de pie frente al lavamanos, empiezo a esparcir la espuma de barbear por mi cara aunque ya no se refleja en el espejo, cubierto como está por una pátina blanca de vapores.
Cuando dirijo mis manos para eliminar la película vaporosa, mi cuerpo sale despedido hacia atrás, tropezando con la pared que separa los espacios dentro del aseo.
Unos dedos han pincelado el cristal, transformándolo en un improvisado óleo horario:
2:14 Am.
Alonso, a mis pies, maúlla colérico hacia la oscuridad pétrea de mi habitación.
MARIO CASTILLO ROS
Mario queridísimo:
ResponderEliminarAntes que nada quiero desearte un espectacular año nuevo. Sé que ya casi se acaba enero, pero dicen que más vale tarde que nunca, ¿no? He estado súmamente ausente de la blogósfera (mea culpa) porque Ryan y yo (mi prometido) nos mudamos juntos hace unas semanas y ya te imaginarás la de cosas que hay que hacer cuando estás de mudanza.
Nunca me cansaré de leerte. Me parece que, de todos los bloggers que conozco, eres uno de los más talentosos. De verdad, ¡enhorabuena!
Gracias por tu bellísimo latido cuando narré que había encontrado el amor. En realidad fue el amor el que me encontró a mí (¿o los dos nos hallamos? Eso ya qué más da). Me llena de felicidad saber que cuento con el apoyo de gente tan hermosa como tú.
Recibe un abrazo con todo mi cariño. Que este año esté lleno de éxito, mucho amor y luz.
¡Un besazo!
A diferencia de tu personaje, con accesorio necesario de gato, yo siempre recuerdo mis sueños, Mario.
ResponderEliminarNunca pierdo mis zapatillas... pero sí cierro puertas, recordando siempre no volver a abrirlas.
(A veces, las abro sin querer...evitarlo)
Pero como el protagonista de esta historia de madrugada, y quién ha elegido la hora ( dos y cuarto ) eres tú, y yo la que comenta...
te diré que es un gran texto, con recovecos lingüisticos increíbles y un estilo tan personal que eres capaz de crear un sello propio, reconocible bajo cualquier distancia.
Me ha encantado leerte, comentarte y descubrir que hay una hora nocturna, en que pueden suceder hechos inexplicables...
Socio, me ha mantenido en ascuas durante todo su sueño con tintes de pesadilla y si bien nunca he sido un cultor de las relaciones gatunas, Alonso (que no sé si es nombre o apellido)parece ser un aliado justo y necesario a la hora de combatir , o al menos contener, sus ensueños más alocados.
ResponderEliminarDemás está decir que disfruto sus relatos, que cada día dejan ver su trasfondo autobiográfico, su desorden en medio del orden, su puntería esquiva, su afeitada a destiempos y la búsqueda solitaria y taciturna de las gemelas zapatillas.
Y es que todos tenemos pequeños ritos nocturnos que nos desvelan, pues como ahora, mi rito es leerlo a usted, mientras mi reloj también marca las dos y catorce minutos.
Un abrazo.
Angustiada me ha llevado hasta el final, como imagino que pretendías. De mil formas han intentado explicar los más eruditos en la materia lo que significa escribir bien. Pues es tan fácil como leer el texto y, si visualizas y sientes la escena hasta el punto de vivirla como el protagonista... Así de fácil. El que intenta explicarlo debe ser que no te ha leído.
ResponderEliminarUn lujo.
Saludos.
Decir que me encanta lo que leo no es suficiente para describir el bello tejido que creas con tus palabras.
ResponderEliminarFenomenal, amigo. Grande.
ResponderEliminarUn abrazo.
Menuda historia, es para mear y no echar gota. Yo creo que si meases sentado en vez de hacerlo de pie, te ahorrarías esas molestas salpicaduras… pero, eh, allá cada cual con sus protocolos ceremoniales.
ResponderEliminarY ahora, hablando más en serio, y dejando esos temas de índole escatológica aparcados, más que nada para que no nos salpiques, puedo decir y digo: que ya va siendo hora de que dejes de ver esas series de terror que echan por la tele, porque sino luego pasa lo que pasa… je, je.
Logrado, nen, logrado. Me gustó sobretodo el tema del sueño recurrente.
Nos vemos café en mano, pero lávatelas por dios, y los pies también.
creo que el espíritu "linares" se ha apoderado de ti! si lo llego a saber no me levanto del sofá!!!
ResponderEliminarDice Stephen King, que los monstruos existen y están dentro de nosotros. Y que, a veces, ganan.
ResponderEliminarY es verdad.
Muy bueno tu texto.
Un saludo.
Un fractal onírico que se despliega sobre si mismo,
ResponderEliminarun carrusel diabólico en centrípeto peregrinar a la locura.
Dicen que los gatos saben dónde duerme el dolor,
dónde habita la sombra,
dicen que a nuestras almas a veces se las lleva el infierno...
Que nos habita.
Te dejo la moneda de mi interminable admiración Caronte.
Aqui 4:02, me muero de ganas de leerte, pero ahora....toca cenar!!
ResponderEliminar"A propósito del sueño, esa siniestra aventura de todas nuestras noches, podríamos decir que los hombres se acuestan diariamente con una osadía incomprensible, si no supiéramos que es a causa de la ignorancia del peligro. "
ResponderEliminarBaudelaire.
Querido Mario:
Tu relato me ha parecido extraordinariamente fantástico, en el más amplio sentido de la palabra. Ya se echaba de menos tus relatos,sin lugar a dudas, creo que eres ese hombre que "va dejando aberturas".
Creas un clima que me ha recordado los relatos de terror decimonónicos de Lovecraft, donde no se ve pero se intuye, donde no hay nada pero todo está habitado, donde el sonido de un gato (extraordinario y misterioso ser donde los haya) o un rayo de luz anuncian las fronteras difusas que existen entre la realidad y el sueño. Si a esto le sumas una perfecta fluidez narrativa y una magistral descripción de la escena y movimientos a través de simples palabras que nos hacen ver hasta los fotogramas de tu consciente y subconsciente, el resultado no puede ser otro que el que es: un espléndido relato corto que da gusto disfrutar de él.
Mi enhorabuena.
Un beso para ti y una caricia para esos ojos de Alonso que penetran hasta en la más enigmática oscuridad.
Amigo MARIO,
ResponderEliminarBuen relato, ordenado cronológicamente y coincidente con tu desvelo, que no retiene lo que sueñas, porque sueñas!, y probablemente tus sueños coinciden con tu día a día, por lo que no es necesario recargar la memoria innecesariamente. Yo hace tiempo cambie las ovejas y al pastor, por paisajes cuya extrema belleza, grandiosidad y ..., hacian que mis sentidos me abandonaran, recreándose en aquello que tanto placer y serenidad regalaban, para grabarlo y disfrutarlo en los instantes de huida de la miseria diaria que a veces nos invade o que nos desvela.
Hoy tuve el placer de saludarte, de compartir contigo un rato y sin saber, además, tu narrativa, cercana, cotidiana, fiel espejo de nuestros desvelos, que aunque no tengamos a Alonso, en mi caso mantengo en mi mente a Alonso de Quijano o simplemente Alonso Quijano, en muchas ocasiones acompañado de Sancho, ya que mis días reviven sus aventuras en algunos de mis trances de desfacedor de entuertos..., soñando que con ello les das vida y sigues su obra....
Intentaré no perder esta página, para deleitarme con tus cosas cotidianas que al narrarlas las conviertes en historias extraordinarias, que deleitan y alimentan los sentidos, ahora que estamos tan empobrecidos por el culto al becerro de oro.
Mario, haciéndote caso y usando, que no abusando de tu generosidad, te llamaré cuando te necesite.
Un abrazo.
Caminos mil.
Espectacular, me ha gustado mucho mucho, saltaba de párrafo en párrafo y ya no sabía si andaba repitiendo por el ansia de leer o efectivamente estaba ante la presencia de un sueño recurrente.
ResponderEliminarQue putada, tantas veces la maldita hora, el reloj biológico... que putada, asustarse hasta de la felicidad!!! ahí lo has clavado.
Un abrazote, me he encantado volver a leerte.
Muy bueno Mario!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarjajaja...ahora me río...pero me dió miedo!!!!!!!!!! mmmmmmm...
Buenísimo!!
No te preocupes..Tampoco recuerdo todos los sueños. Los de ayer si.
Besote!!!
: ))
me quedé escuchando tu música...
ResponderEliminar;)
Enhorabuena Mario, un relato muy bien escrito. Conseguir que la gente mantenga el interés hasta el final no suele ser fácil, pero conmigo lo has conseguido.
ResponderEliminarUn saludo! Seguiré pasando por aquí
Aun no he leído la historia, pero sé que me encantará. Pasaba para agradecerte tus palabras en mi blog, que siempre me llenan tanto. Así da gusto seguir escribiendo. Ahora cuando lea tu nueva aportación volveré para dejar mi huella. Un abrazo desde el frío norte!
ResponderEliminar"Olvidas que me asusta hasta la felicidad"
ResponderEliminarnuevamente un placer leerte!! esta vez me he enamorado de esa frase "olvidas que me asusta hasta la felicidad"... puff mario q bonito!
y sobre nuestra música compartida que decirte?! ese discazo de rafa tiene una pinta irresistible :D ¡qué bien que le lleves para Girona! el 5 viene por los madriles y yo no puedo ir ¬¬ asi q espero que vuelva pronto :D
un abrazo de letras!!!
aahh se me olvidaba (soy otra vez yo, la pesá!!) luis ramiro también saca disco! ¡¡cómo estamos empezando el año eh!! :D
ResponderEliminarMario, en el suspense del relato te voy siguiendo por tu sueño y tu vigilia.
ResponderEliminarMe sonrío al leer los problemas que te dan tus zapatillas porque no eres el único, las mías también hacen cosas parecidas. Pero tú tienes más suerte que yo con un Quijote peludo que las defienda de los espejos, y, a ti de las horas fantasmales.
Los gatos ven más allá de nuestros ojos, por eso cuando Sua tenía reacciones similares, yo la tomaba en brazos hasta que se tranquilizaba, pensando en qué vería, que yo no era capaz de adivinar… ¡No sé quién defendía a quién! … Malditos relojes que se empeñan en marcar horas tenebrosas… Mejor cámbialo por uno analógico que te obligue a encender la luz, así con un simple gesto difuminaras las sombras y harás que sus ojos pierdan el brillo
Describes tan bien, que me parece estar en tu sueño siguiéndote descalza por la casa en busca de Alonso, tan bien, tan bien que… ¡Me voy a acordar de ti y de tu historia si no pego ojo esta noche!.... Mi, mucho miedoooo… Todo acababa tan bien y de repente vuelta a empezar… ¡Por favor, Mario, saca ése espejo al pasillo! … O mejor a la escalera.
Un abrazo tranquilizador: el 7 es el número de la Sabiduría.
Me ha gustado tu relato con tintes de Poe. Buena herramienta la de las pesadillas, aunque en la vida real son una solemne putada. Durante años creí que a los mayores no les pasaba eso. Ja.
ResponderEliminarCambiando de tercio, no pretendo emularte, pero a veces la vida nos lleva no por donde queremos nosotros, sino por donde a ella le da la gana.
Gracias por estar y recordármelo
Un abrazo
Carlos
Uno que tiene miedo hasta a la felicidad.
ResponderEliminarQué frase. Cuánto se puede sacar de ella. A parte de que podemos compartirla. ¿Por qué le hemos de tener miedo? Me temo que en ella radica todo el cuento. La pesadilla repetitiva -como en "El día de la marmota"- solo es una señal de que el tiempo nos puede arrastrar, tragar, engullir...
Inquietante.
Besos,
Anabel
mira tu por dónde....
ResponderEliminarvendré con tiempo a visitarte.
de todos modos es un placer verte en mi rojo horizonte.
sabina? siempre...
Hola Mario, mi proveedor de cantautores que no conocía... He disfrutado tu relato onírico y nocturno, tan palpable que corro a esconderme bajo las sábanas, a pesar de los cuarenta grados que nos regala este verano del hemisferio sur. Y como todos tus textos, tan lleno de poesía.
ResponderEliminarHe bloqueado los comentarios, es verdad, caprichos del ánimo. Pero recibir el tuyo en el otro post fue una grata sorpresa que agradezco con un abrazo.
Si se trataba de dar miedo o producir angustia, ¡prueba superada!, aunque, como siempre, lo que más da es envidia. Afortunadamente el cambio de tercio en la temática en nada ha mermado ni la forma ni el estilo, que siguen teniendo su sello propio: singular, inconfundible e inimitable.
ResponderEliminarUn placer trasnochar en tus sueños...reiteradamente...
Has conseguido que mi corazón se quedé agarrando lo helado de esa noche, lo gélido de ese miedo que no deja espacio a lo razonable, pero más me has hecho sufrir con ese tiempo parado en el propio tiempo.
ResponderEliminarMe has tenido sufriendo por tí,... y todo lo leía y todo lo sentía. Hasta el punto de querer abrazarte y esperar que te duermas.
Hasta sentir que no sintieras más miedo.
Eres grande Mario, tu talento es intenso.
Beso
Odio no encontrar las zapatillas al levantarme. ¿Cómo lo has adivinado? :)
ResponderEliminarEncantada de volver a leerte, ya era hora, eh.
Beso.
magistral manera de describir un momento tan familiar para muchos....
ResponderEliminarun abrazo...¡¡¡
HOLA, ME HA ENCANTADO TU BLOG.yO ME ACUERDO DE MUY POCOS SUEÑOS, PERO HAY UNO QUE SE ME REPITE.CAIGO, CAIGO, MANOS NEGRAS ME QUIEREN ATRAPAR, CAIGO EN LA OSCURIAD.ME DESPIERTO ATERRADA. UN SALUDO
ResponderEliminarCompañero de ideas religiosas!!! Tengo que decirte algunas cosas... la primera y mas importante es el protagonista del blog. LA MUSICA. Sabes que desde el primer momento me atrajo tu selección musical en el blog... pero... esa canción "SERÁ" de Rafa Pons... me ha distraido a tal lugar que me distraia en la lectura de tu relato.... Y es lo que sucede con las buenas canciones... te trasladan y la mente dificilmente se ancla a la lectura.
ResponderEliminarPero he hecho un esfuerzo de usar doblemente mi humilde inteligencia para seguir leyendo. Una historia cotidiana, con aires abstractos y detalles ( como siempre) sobre la gran satisfacción que sientes al ser distinto o establecer prioridades distintas a las ordenes establecidas.
Y algo que admiro. Que formulas frases cortas y juegas con ellas para crear un orden de significado. Yo no consigo deshacerme de las frases largas y me cuesta mucho darles respiros con puntos o comas... En eso, debo aprender de ti, pero con el altavoz silenciado... no quiero que la musica me distraiga y lea con demasiada rapidez.
Me quedo con esta frase:
Olvidas que me asusta hasta la felicidad. (digna de Paulo Mario Coelho Castillo Ros ;D
Y otra cosa.... ¡que bonito es encontrarse escrita una palabra como "vaho" que tan retirada se siente en el lenguaje hablado"
Me ha gustado encontrarme con ella... unida a otras buenas palabras escritas. Parece ser de esasa palabras que no le damos un sentido escrito como deberia.....
BESOS!!!
Yo soy más contradictoria... igual de intensa, tal vez...
ResponderEliminarTe extrañé, te quiero...Un abrazo.
Pues fíjate que es uno de los textos tuyos que más me ha gustado. Lo describes tanto y tan bien, que uno casi se puede sentir ahí. Hasta noto el nerviosismo del gato...
ResponderEliminarUn abrazo blogovideño ;)
Te dejaste los sueños en el baño.
ResponderEliminarQuizás, bautizado como Alonso, el gato se siente humano y padece nuestros miedos y exigencias.
Ya he calculado aproximadamente el tiempo que dilata tus entradas. El próximo café.
No sé por qué (o sí) estos textos caseros en los que alguien escribe sobre sus cotidianeidad me gustan especialmente. Pero la condición es que estén bien escritos. No se trata de redactar sino de escribir. Y aquí se escribe con mayúscula. Una delicia el relato y eso que ya te indican antes que nos mete a todos en la historia(yo ya le he cogido cariño a tu gato). A mí, no sé qué decir sobre la edad, también me despierta en invierno la tiranía de la vejiga. Lo evito no bebiendo nada antes de acostarme. Saludos.
ResponderEliminarGenio. Lo ha logrado. O colocado. O que se yo. Genial!!
ResponderEliminar(La insignia de NSE)
Un abrazo.
Tremendo tu texto. Me gusta su agilidad, su ritmo. Realmente bueno. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo!
Qué manera de relatar...!!!
ResponderEliminarMaravilloso... no podía dejar de leer... cada vez leía más rápido... trataba de imaginar el final pero fue imposible... eso me gusta, que no sea predecible...:)
Pude sentir el vapor de la ducha y el olor a jabón...
Me encantan tus relatos... :)
A muchos nos asusta hasta la felicidad... ;)
Un beso
Muy bueno, Mario.
ResponderEliminarun bellisimo relato.
ResponderEliminarme encanto el nombre de tu blog
y la cita de este
un abrazo.
Casi nunca recuerdo mis sueños, los que consigo recordar son casi siempre de viajes, de ciudades desconocidas por las que me pierdo sin sentirme perdida. Nunca he sabido que pueden significar las cosas que soñamos, aunque puede que tengan alguna explicación sesuda.
ResponderEliminarHas conseguido que acabe sintiendo un poco de ese miedo de la noche. Los gatos me asustan, los encuentro misteriosos, prefiero los perros.
Me ha gustado tu historia y creo que te he echado en falta últimamente.
Saludos.
Hay sueños que es mejor no recordar. Otros simplemente sería una delicia rememorarlos por siempre...
ResponderEliminarLa noche, tan llena de intrigas que has ejemplificado tan bien con tus personajes.
Un beso, querido Mario.
Gracias, gracias y más gracias! es q no te puedo decir más... ¡qué ilusión q digas cosas tan bonitas sobre lo q escribo! y encima así de esas forma en q lo haces, así como escribes tú q haces q parezca más bonito lo q escribo yo (tú me entiendes! :)
ResponderEliminarvaya cuántos conciertos! y q pinta tan buenaaa tienen todos!!! :D :D ya me irás contando...pero me apuesto algo a q todos salen geniaaal!!
un besazo musical para ti también!!
...te he dicho ya q.... GRACIIIAAAAS!!!! :D :D
Lo he vuelto a leer. Y, hoy, ahora, sólo podría maullar.
ResponderEliminar¿Y para cuándo una nueva historia? ...
ResponderEliminarCollons amb el putu somni !!!
ResponderEliminarJo, és que no em podia imaginar l'Alonso amb atacs de còlera.
Per cert, servidor tampoc troba mai les sabatilles, ni res !!!
Salut amic !!!