Mi abuela tenía una caja negra con motivos chinos en la que guardaba los hilos y las agujas y demás enseres relacionados con la costura.
Me fascinaba verla enhebrar, hilar, tejer, desmadejar con la soltura de una artesana de los filamentos textiles.
Los viernes por la tarde me sentaba a su lado y mis ojos se posaban en sus manos. Y en sus ojos. Me miraba mirarla y preguntaba si no tenía nada mejor qué hacer. No. Nunca tenía nada mejor que hacer cuando sus manos hacían desaparecer cual maga, descosidos y rotos. Y sus dientes partían el hilo, dejando el botón sujeto a la pernera, a la manga, al sitio, siempre, más adecuado.
Siempre me pregunté de dónde habría salido esa caja. Si antes de contener hilos contenía galletas, si después de las galletas y de los hilos, guardaría algún secreto que las manos viejas y los dedos diestros pondrían a buen recaudo.
Mi abuela escenificaba todo un ritual. Y yo, con mis ojos vivaces, emocionado y expectante la acompañaba en su peregrinaje por las rutas de la seda doméstica. Sigiloso. A veces parapetado tras una puerta. O detrás de una muralla ficticia. O escondido sin miedo a ser descubierto en alguna trinchera sucia y mojada como las que separaban a los enemigos en esas guerras interminables que mis oídos habían vivido.
Se quitaba el delantal que la había acompañado todo el día. Desde su estreno sirviéndole el primer café a Juan, mientras cocinaba, mientras lavaba, mientras era seguida por una manada de gatos ronroneantes que querían su ración de comida, mientras tendía la ropa al sol. Se acercaba al armario que había al lado del primer televisor en color que mis ojos disfrutaron, esa caja inteligente cargada de globos que ascendían por los cielos de uno en uno. Abría la puerta, encorvaba su cuerpo enjuto y cuando se giraba, como por arte de magia, allí estaba la arqueta. La acariciaba mientras su mano libre buscaba los pantalones, las camisas, las ropas descosidas, los botones díscolos que siempre se caían solos y que un servidor intentaba en vano denunciar que nunca eran consecuencia de mis juegos asalvajados.
Y por fin se sentaba en el sillón rojo, debajo de la ventana, y mientras la tarde moría, ella remendaba, sacaba del coma textil, resucitaba algunas prendas que habían fallecido en las contiendas infantiles.
Salía de mi escondite y me sentaba cerca de ella. Y entonces me instaba a irme al patio. O a jugar con mis hermanos, o a ver qué andaría haciendo mi abuelo en su huerto. Pero no. Me quedaba allí, velando ese rato de intimidad. Escudriñando su arte. Escuchándola cantar alguna copla de la época, oyéndola rezar a veces y pedir por su familia, siempre.
Mi abuelo sufrió una angina de pecho. Lo ingresaron y durante dos semanas mi abuela vivía en la habitación blanca y azul, fría, inhóspita del hospital provincial de Granada. Aproveché su ausencia para coger la caja metálica con motivos del lejano oriente. Cada día hacía el mismo ritual que había visto escenificar a ella. Alimentaba a los felinos domésticos, paseaba por la casa, me acercaba al armario junto a la tele en color que en esos momentos emitía una carta de ajuste que conducía a la programación infantil. Y con ese baúl en mis manos, me sentaba en el sofá y miraba su color. Acariciaba su color. Miraba esas figuras que resaltaban sobre el fondo oscuro. Esas féminas de vivos colores y ojos rasgados bajo una sombrilla. Esos agricultores arando el campo. Ese sol oriental sostenido por un cúmulo de nubes blancas. Y la niebla derramándose por esos bosques de eucaliptus que escondían, seguro, al gran oso panda.
Viéndome solo. Sabiendo que nadie me miraba, conociendo los escondites de la casa como si los hubiera creado yo, abrí la caja, vacié los hilos, las agujas y demás aparejos y la escondí detrás de la chimenea. En casa de mis abuelos había dos chimeneas. Una en el comedor, de adorno y otra en la gran cocina, que se encendía en invierno y permanecía activa hasta los templados primeros días de la primavera.
Escondí la caja en la primera. En la del comedor. En la que servía de adorno y la que nunca había visto vestida de lumbre.
Mi abuelo tardó más de lo previsto en recuperarse. Y mi abuela nunca recuperó el hábito de la costura. No echó de menos su caja. Y al no verla actuar como lo hacía antes de que enfermara el viejo de la casa, no la seguí. Perdí el interés. Y es que el interés, en la conciencia de un infante, es frágil como los árboles caducos en manos del otoño.
De vez en cuando miraba mi tesoro escondido. Si hubiera notado algo, si ella me hubiera preguntado, seguro habría confesado ipso facto. Pero no. No preguntó. No siguió tejiendo, ni hilando, ni enhebrando como lo hacía tiempo atrás.
Después, más por miedo que por otra cosa, por verme sorprendido mirando mi cofre, acariciándolo, temiendo un castigo severo por haber cometido semejante hurto, dejé de frecuentar la chimenea. El escondite refugió mi olvido.
Fui creciendo y fui olvidándome de la caja. O eso creía yo. Pero muchas veces, cuando he visto a una vieja cruzar la calle, me he acordado de mi abuela y su caja de hilos. Otras veces, cuando he visto una caja de costura que no tiene nada que ver con la que descubrí en mi infancia, me he acordado de mi abuela cruzando las calles de su vejez. De mi abuela tejiendo y remendando. De mi abuela, sirviendo el café de las cinco a mi abuelo. De mi abuela, sentándose pesada por los años en el sofá bajo la ventana que daba al patio. De mi abuela, acariciándome con sus palabras y preguntándome con la mirada.
Pasaron los años, como anuncian las canciones, y la Unión Soviética se desintegró. Se volatilizó el socialismo. Cayó la Europa comunista. Erró la nueva política que sustituyó a los antiguos rojos dueños de martillos y de hoces. Países que dejaron de ser países. Pueblos que consiguieron soberanía propia. Hermanos que se mataron y pueblos que se hermanaron en un abrir y cerrar de ojos. Un mapa nuevo para un continente cada vez más anciano, casi decrépito.
A mi familia le pasó más o menos lo mismo. Se desintegró. Poco a poco los padres dejaron de hablarse con algunos hijos. Algunos hijos con algunos de sus tíos. Algunos tíos con los cuñados y así sucesivamente. Al final, el fin. Cada vez que volvía a la ciudad por vacaciones, visitaba varios clanes.
Hace poco visité uno de esos clanes. El de mi tío Daniel.
Hacia él me dirigía cuando me paré delante de la que había sido la casa de mis abuelos durante tantos años. Me quedé mirándola. Hogar, un viejo hogar. El sol la bañaba y resbalaba por sus muros blancos y desconchados. Las plantas crecían salvajes en el tejado. Las tejas, rotas la mayoría, escupían un polvo rojo sobre los manzanos podridos que rodeaban el patio exterior.
Rodeé la casa. Acaricié las verjas oxidadas de las ventanas devastadas por los años. Pisé las hojas que formaban un tapiz mortuorio. Miré la huerta devorada por la naturaleza. El suelo yermo se hundía bajo mis pies. Andaba con miedo, como si temiera romper las ensoñaciones sobre mi pasado.
Al poco rato la voz de mi tío me sacó de mis cavilaciones:
- Mario, tengo las llaves de la casa. ¿Quieres entrar?
- La verdad, me gustaría. Más por recordar viejos tiempos.
- Pues venga, vamos a ver si esta vieja llave se acuerda de abrir. Eso sí,te aseguro que no sé cómo estará. Tenemos que reformarla pues no hemos tocado nada desde que murieron…
- No importa. Sólo quiero echar un vistazo. Saborear el recuerdo.
Al poco nos encontrábamos en el centro del viejo comedor. Cuando paseaba mi niñez por esa casa, pensaba que ya era vieja. Que no le quedaba mucho tiempo de vida. Que seguro, mi abuelo, contrataba a algún albañil del pueblo y se ponían a quitarle años…
Pero todo seguía igual: Los viejos sofás cubiertos por una sábana. Las sillas encima de las mesas. Las estanterías repletas de polvo y de libros. Los utensilios en la cocina, bien alineados, mal conservados. Las camas cubiertas por colchas viejas y raídas. Los cuadros religiosos, los rosarios contadores de oraciones, la biblia en la mesita sagrada de mi abuelo. Recorrimos el viejo caserón. Pisamos el patio interior. Mi memoria recuperó algunos maullidos. Miré en derredor, visité los rincones donde mi pasado se escondía como un niño chico.
Estábamos a punto de abandonar el sitio para siempre.
Al pasar por delante de la chimenea que nunca hizo honor a su nombre, me paré. Mis ojos se fijaron en el hueco que quedaba detrás. El mismo que servía de escondite para mis tesoros.
Metí la mano, ante la extrañeza de mi tío. Tanteé y acaricié con la punta de los dedos algo metálico. No recordaba que fuera tan estrecho. Claro que los niños se meten por cualquier rincón.
Me giré hacia donde estaba el hermano pequeño de mi madre. Le mostré la caja y le dije que la había escondido ahí hacía mucho tiempo.
La desempolvé.
- ¿Qué contiene la caja? –me preguntó-
- El esqueleto de mis sueños, supongo.
Salimos otra vez al sol.
A los pocos días volví a Girona.
Y ahora siempre que mis dedos acarician historias, extraigo la caja de costura del recién estrenado escondite. Y la abro para mirar en su interior y contemplar el paisaje y los pasajes de mi infancia. Después, una vez saciada mi alma, la devuelvo a su sitio y me siento delante del ordenador.
Y dibujo sobre un lienzo de palabras mis historias en un intento desesperado por resucitar mis sueños difuntos.
Todo el texto me parece muy bueno, pero la primera parte, cuando el niño observa sublimado a su abuela coser es, sencillamente, mágica. Me has hecho viajar a mi niñez...
ResponderEliminarUn abrazo!
Desde siempre tu abuela supo que habías robado y escondido la caja. Y pensó que ya no era necesaria su actividad.
ResponderEliminarUn saludo, Mario!
ResponderEliminarHe llegado aquí por una imagen inesperada aparecida en mi mosaico... pasaste de puntillas pero decidiste darme una opotunidad...
Gracias y ... si me lo permites, ya que tenemos alguna " costura " en común; me gustaría quedarme para pasearme por algunos de tus post.
Me ha impresionado el texto adjunto de J.José Millás, así como el título de tu blog.
Un saludo !
Los que hemos podido disfrutar de nuestros abuelos somos unos afortunados. Cualquier cosa vivida al lado de ellos se funde entre los recuerdos de nuestras cajas secretas. Mereció la pena la espera, Mario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ha sido un gran acontecimiento encontrar tu blog... Se queda entre mis favoritos. Y aprovecho para agradecerte la publicidad que haces de algunos de nuestros conciertos y ciclos: infinitamente gracias.
ResponderEliminarUn abrazo,
Vanessa
Mi madre tenía una caja igual pero en rojo; los mismos chinitos y puentes sobre un río blanco... Llena de hilos, botones, cremalleras, agujas, alfileres... El paso del tiempo consigue añadir a todos esos tesoros un puñado de recuerdos adornados con sonidos y olores.
ResponderEliminarTu relato desprende gran sensibilidad.
Me estás mal acostumbrando.
Anabel, la Cuentista
como ya te he dicho, genial y entrañable. Muy tierno. Casi consigo que Judit se lo lea... jejeje
ResponderEliminarMe encantan estos cuentos tuyos. La de mi abuela era de color marrón y la de mi madre estaba llena de botones de toda clase, me acuerdo que cuando se te caía uno, tenías que rebuscar dentro de la caja en busca de alguno parecido al que se había perdido. Te tirabas un buen rato removiendo botones!
Que relato mas encantador, tan tierno...
ResponderEliminarReencontrarse con los tesoros de infancia es un golpe a la realidad tremendo. Un cuestionamiento infinito.
Me encanta como escribes, por lo mismo, me encantaria que lo hicieses mas seguido!
Saludos!
Esa caja negra, indestructiblemente imperecedera, es como la de los aviones, en la que quedan registrados todos los acontecimientos de una o varias vidas.
ResponderEliminarMete unas galletas en la caja, que ya voy a tomarme un cafetito. ;)
Me uno al club de la caja de chinos, mi abuela utiliza todavía esa caja de costurero. Ya sólo guarda un hilo blanco y otro negro, el acerico y algunos botones, creo que también refugia una vieja cremallera y el dedal o el beso que siempre utiliza.
ResponderEliminarMe gusta tu manera de escribir, fluida y pausada a un tiempo, me das justo lo que necesito para paladear las escenas sin dejar de desearlas.
Echaba de menos leer algo tuyo, pero la espera ha merecido la pena. Increíble relato. Mágico. Un texto que me ha hecho viajar, e imaginarte observando a tu abuela, y escondiendo la caja... En el fondo seguro que siempre supo que la habías escondido.
ResponderEliminarUn saludo!
Joder. Me ha dado muchísimas ganas de llorar, en serio. Es bueno. Realmente bueno. Y me gusta tu manera de escribir. Serena. Sin prisas. Pero con las pausas necesarias. Ni una más.
ResponderEliminarCreo que me quedo por aquí.
Se sabe de la calidad de quien escribe por el arte de hacer de los detalles la trama más delicada.
ResponderEliminarMe llené de emoción,
de recuerdos propios,
de imágenes sepia,
y de una alegre complicidad de acompañar a ese niño en su viaje iniciatico dentro de una caja china de costura.
Leerte es un perfume complejo e intenso que deleita y conforta.
Gracias.
Tierno, sensible, nostálgico, vivo, cargado de alma y corazón...cercano, porque mira que casual, todos hemos tenido esta caja de costura en la casa, aunque no recuerdo si de mi abuela o de mi madre... raices de un pasado, de unas mujeres que como el recuerdo ya solo existen en nuestra memoria, porque el presente no deja tiempo para la costura, no deja tiempo para contar cuentos al lado de un fuego, no deja tiempo ni para vivir...
ResponderEliminarSobresaliente... si diera clases, tus textos serian un referente para mis alumnos, para que pudieran entender mejor a sus mayores, que no lo son tanto, pero que hemos vivido en otro tiempo, nada, nada parecido al presente... que no es peor, solo distinto, solo más frio, solo más rápido, ... pero también más justo y más libre para las mujeres... dicotomía de emociones que luchan en nuestro interior; ser como mi madre o mi abuela, o ser yo misma.
La caja de mi abuela era una faldiquera confeccionada por ella misma y que se ataba a la cintura. Y algún domingo por la tarde cuando yo me sentía triste y aburrida, me dejaba meter la mano, y....como por arte de magia, mi estado de ánimo se volvía luminoso y feliz...La faldiquera de mi abuela era una caja de sorpresas...cintas de colores, lazos,botones de diseño,imperdibles,algún pendiente desparejado...La faldiquera de mi abuela era el bazar de las sorpresas...
ResponderEliminarGracias Mario por haber resucitado mis recuerdos....
Que ternura de texto... debe ser una golosina poseer esos recuerdos.
ResponderEliminarYo es que no he tenido muchos de esas conexiones con el mundo.
La caja me ha impactado, mi madre atesoraba una igual. Se debió perder en el tiempo, y la cambio por una de pastas... recuerdo que era lila. La recuerdo tejiendo frenética chisporroteando con sus agujas de punto... era como una frenética araña. Me enseño a tejer y tengo un par de mantitas de lana...tan viejas y llenas de recuerdos que son el medicamento perfecto para los inviernos .
Me he sentido arrullada por el texto y la música de fondo del blog.
Gracias por hacerme mirar un poquito atrás...
Un beso and saludete.
Encantador, como siempre... Siempre logras reacomodar mi día... Un buen café y una historia tan hermosa ponen de buen humor a cualquiera eh?...
ResponderEliminarPaz y muchos, muchos besos Mario! ;)
Http://masdeunalemoine.blogspot.com
problamnte era un simple y gran tesoro
ResponderEliminarUn saludo Mario
ResponderEliminarEsas abuelas geniales. La mía debía ser prima de la tuya porq tb era una crack ;)
ResponderEliminarPor cierto permíteme que te diga que tienes un nombre precioso. Es por sentimentalismo ;)
un saludo y gracias por seguirme
he tardado mucho en comentar y eso q lo leí en cuanto lo pusiste...pero es q me dejaste sin palabras...enhorabuena por el texto, me encanta!
ResponderEliminarGracias por la aclaración, Mario.
ResponderEliminarY la educación con la que lo has hecho.
Saludos.
Eres muy valiente Mario al haver abierto la caja. Muchos la arratamos atada de un fino cordel y todo el ruido de la vieja caja de hojalata, nos atormenta la idea de mirar hacia atràs, es más facil seguir corriendo hacia delante.
ResponderEliminarhola Mario,todos tenemos una caja de costura,en su infancia,con tu lectura he viajado por mi niñez,y me as hecho recordar muchas cosas que tenia olvidadas.gracias gracias por transportarme al pasado
ResponderEliminarun besito
Jajajaja, gracias por hacerme esa pregunta. El amor alguna vez, hace mucho muchísimo tiempo, supo quién era yo. Claro que esa Mariana ya no existe y podría ser interesante topármelo un día en el futuro. Pero puedo vivir sin él plenamente, no lo necesito por ahora, cariño.
ResponderEliminar¿El amor sabe quién eres tú?
¡Muá!
Nos encontramos... y me hablaste de tu blog, pero no le di mucha importancia. Pues hasta ahora no lo he abierto! , no será la ultima vez que lo abra. Entre el relato que acabo de leer: “ LA CAJA DE COSTURA “ y la música... es súper acogedor para las tardes largas de otoño.
ResponderEliminar¡Gracias por compartir tus escritos y la música!
No he leído su tochazo, y me consta que será bastante ilustrativo, así que luego bucearé de nuevo por aquí y le echaré un vistazo. A pesar de la dejadez, no quería guardarme dos felicitaciones:
ResponderEliminarGenial ese ¿Sabe el amor quién es usted?
Mejor ese Tu no eres interesante para mi
Un saludo*
Sabe la escritura quién eres tu? Parece que no. Quizás no seas interesante para ella. Quizás.
ResponderEliminarSaludos.
Mario, disculpame, pero llego 2 semanas tarde... Me has hecho recordar hasta el olor de la caja de costura de mi abuela. Es increible tu capacidad para hacerme regresar a mis momentos de niñez tan similiares a los tuyos. ¡¡Qué verdad!! ¡¡qué facilidad de ser atraidos por algo!! ¡¡qué facilidad de perder el interés!! ¡¡Qué poquito nos hacía falta para permanecer encandilados!! ¡¡qué recuerdos!!
ResponderEliminarEnhorabuena, una vez más
Leído. Perdón, leídos.
ResponderEliminarSoy exigente.
No quería hacer una crítica por miedo a que padezca usted del corazón o a que lleve un pésimo día y esta irrelevante opinión se le clave en algún latido. Pero la represión no es lo mío así que...
Confieso haber ignorado algunas frases y presumo de intuir los finales. Texto largo, a veces denso, demasiado espeso. Texto vacío, lo mínimo eso sí, pero la nota de decepción me pide que le cuente. Texto lento y texto rápido, y eso me gusta. Adoro las ratas. Y poesía entre tanto y tanto; ésta vez es un escalofrío el que me susurra. Le veo bailar entre puntos y comas, suspirar al cerrar un libro. Le veo borroso.
No quería hacer una crítica. No, porque me recuerda usted a alguien o a algo y no sé a qué.
Intrigante. No ilustrativo. Intrigante. No sé cuándo, ni dónde, ni cómo pero es usted un misterio; peor, sus dedos sobre el teclado son el misterio. Sé el porqué.
4 puntos: horrible, enhorabuena, lo siento y gracias
Ya acabo. Volveré a leerle. No mucho, no del todo, no siempre. Quizás si.
Un saludo*
El material del que están hechos los sueños es siempre delicado.
ResponderEliminarAún no había visitado tu blog y me ha gustado mucho.
Muchas gracias por seguirme en mi blog. No sería lo mismo sin vosotros. Recuerda que a partir de ahora el link será http://felicidadconcentrada.blogspot.com
y no historiasqueyacenenmi.blogspot.com
Muchas gracias. :)
Me ha intrigado muchísimo el sr.Anónimo. ¿ Por qué cree "que sus dedos sobre el teclado son el misterio" ? No entiendo el significado y usted dice saber el por qué.
ResponderEliminarY me ha encantado su crítica, la encuentro muy acertada. Yo no sabía como describirlo y por eso nunca he querido entrar a opinar sobre estos textos, pero también he tenido estas sensaciones siempre que he leido los relatos del sr. Mario.
Explíquese, por favor...
... ...traigo
ResponderEliminarsangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazon
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
TE SIGO TU BLOG
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesia ...
AFECTUOSAMENTE
MARIO
jose
ramon...
Vengo para contarte que ya estoy de vuelta
ResponderEliminary que ha sido un placer responder a tus letras.
Bienvenido ahora y siempre.
Un abrazo
Llego hasta aqui y me tropiezo de repente con mi niñez, la misma caja llena de hilos.
ResponderEliminarVengo desde el lugar donde duermen las historias, bien podria ser esta una de las que habitan en sus estanterias.
Volvere y disfrutare con su lectura, seguro
Un saludo mediterraneo
Me ha encantado ese recuerdo de tu abuela...me ha recordado el k yo tengo de una tia abuela mia (no conoci a mi abuela y ella hizo las veces)...curioso porque yo tengo tb dos cajas de esas...k por cierto eran de colacao ;)
ResponderEliminarTe seguire leyendo .Gracias por pasar por mi blog.
Me encanta la canción de fondo de tu blog. ¿Cómo se llama? Un saludo!
ResponderEliminarP.D: A la espera de más palabras tuyas...
Hola...
ResponderEliminarSi bajas hasta el final del blog hay un reproductor. Esta es la primera canción y en la que casi todo el mundo se queda. Pero son muchas...
Esta que escuchas "SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO" es de Fran Fernández, cantautor granadino. La canta en colaboración con Ismael Serrano, cantautor de otra galaxia, por lo menos.
Un saludo
Gracias por hacerte seguidor de mi desván, pues eso me permitió llegar a tu rincón y poder conocerte. Me gustó tu forma de escribir, tu manera de entender este bello hábito que es contar experiencias. Compartimos afición por la buena música en general y por Ismael Serrano en particular. Un fuerte abrazo, compañero.
ResponderEliminarMe gusta tu estilo.Te sigo.
ResponderEliminarSólo un apunte: demasiadas frases comienzan con "Y".
Prueba a omitirla, la mayoría de las veces es prescindible.
Felíz día.
P.D.- Mi madre también tenía una caja de esas. Yo aprendí a coser con ella.
Creo que guardo una cajita así o parecida con un montón de fotografías antiguas y negativos. (cerrada)
ResponderEliminarY estoy segura , que huele a hogar todavía.
Gracias a ti, porque para mi es muy difícil expresarme como tú.
Mi besos agradecidos, Mario
Isamél Serrano, que maravilla
Yo tengo una caja igualita a esa y tambien era de mi abuela...
ResponderEliminarSaludos.
Me sentí tremendamente nostálgico hoy y me acordé de tu texto, así que volví. Espero que no te importe que me haya curado el vértigo con tus palabras. Echo de menos a mi abuela, a mi pasado. Un fuerte abrazo, compañero.
ResponderEliminarHermoso,profundo.Una abuela que deja una huella significativa en un niño,para siempre.Sin duda un buen homenaje de un buen nieto no obstante su travesura.
ResponderEliminar“Durante aquel trayecto Sara calmó su vida entera...Relajó su ser y dejó que el hombro de Enzo la subsumiera. Se fundió con él como jamás se había fundido con nadie, ni siquiera en la cama. Definió lo que ella ansiaba, le dio nombre, le dio sabor y color, le dio presencia. Sara supo, entonces, que la felicidad era ese reposo, a reSguardo del frío del mundo, en el hombro recio y sólido de otro ser humano" LOLA BECCARIA
ResponderEliminarCuando lo escogí y lo puse en el foro me olvidé de una S.
Por si te interesa, pues observo que lo has copiado sin corregir...
Mi tía Matilde tenía una caja de hilos como esa. Sonrío al ver el puentecito sobre el río y la pareja de chinitos.
ResponderEliminarMi tía Salva lavaba ropa a los soldados, entonces de reemplazo, y la otra se la marcaba con las iniciales y remendaba.
Yo era una pequeñaja que dibujaba casitas con gato y antena de TV en el tejado. Hace tanto...
Un saludo
Hacemos tantas cosas con las manos y tan pocas con el tiempo. Las manos existen más allá de nosotros, nos contamos los dedos antes de dar un cálculo como cierto. Las conversaciones de las manos, se deshilvanan como esos hilos de la abuela, a favor del mundo; unas manos.
ResponderEliminarHermoso texto, muy proustiano.
[Gracias por venir]
Esa caja es todo un icono doméstico.
ResponderEliminarGracias por mostrarla.
Saludos.
¡Muchas gracias por seguir visitándome, Mario! Qué bueno que te hayan gustado los textos, a mí me encantará seguir viendo lo que publicas, en tanto lo hagas más seguido, of course :)
ResponderEliminar¡Un abrazo inmenso!
Pufff precioso.
ResponderEliminarCreo que los recuerdos propios son las mejores historias que uno puede contar.
un abrazo.
Me gusta lo que has escrito.
ResponderEliminarQué hermoso territorio es la infancia, lugar de refugio, puerto dónde recalar para descansar, dónde encontrar razones para vivir intensamente. Tengo la suerte de tener dos hijos en los que revivir aquellos lugares y que me dan infinitamente más que lo que yo les pueda dar.
ResponderEliminarOjalá pueda formar parte de sus recuerdos con la misma ternura con la que yo evoco mi infancia.
Hermoso relato, un abrazo para ti, Mario.
Qué foto!!!! madremíadelamorhermoso...
ResponderEliminarCreo que se merece que publiques ya otro relato
Creo que mi madre tiene exactamente la misma caja donde guarda botones, cremalleras, ovillos de hilo. Y la llama así: la caja de los hilos, con el fondo entre cobre y dorada. Probablemente una de las cien frases que más me haya dicho en mi vida sea: "trae la caja de los hilos". Mañana la iré a ver y haré algo para que la saque de su escondite.
ResponderEliminarTienes que actualizar tu blog.
ResponderEliminarEstamos esperándote.
Queremos saber más de ti.
gracias amigo
Hola Mario,
ResponderEliminargracias por tu comentario. Yo también sigo los relatos.
Un abrazo
hola!!
ResponderEliminar¿sabes? en casa de mi abuela hay una caja como esaaaaa, exacta!!!! la utiliza para guardar cosas de costura, aún a pesar de tener un costurero "ortodoxo".
Qué de recuerdos en tu texto, y que intenso... me ha gustado mucho leerte
un beso y gracias por visitarme.
En mi casa sigue habiendo una caja de esas, y también me trae recuerdos.
ResponderEliminarMe alegro de que compartamos gustos musicales. La verdad es que Andrés Suárez y Luis Ramiro son geniales. Ojalá tengan suerte y lleguen muy lejos. En ello están. "Relocos y recuerdos" también es de mis canciones favoritas. La verdad es que me gustan todos. Je, je, je. Un abrazo y feliz fin de semana. Por cierto, la canción que suena por aquí de Fran Fernández e Ismael Serrano es sencillamente alucinante. Hasta pronto.
ResponderEliminarPreciosa historia. Tu abuela es como siempre me imagino a las abuelas, como mujeres tranquilas y acogedoras. Cálidas.
ResponderEliminarYo no tengo una abuela así y me gusta escuchar las historias de las abuelas de otros.
Un hurra por Juan José Millás.
Y otro por ti, claro :)
Saludos.
Mil gracias Mario por venir, había perdido todos los enlaces con el cambio de casa, por los problemas técnicos.
ResponderEliminarCon permiso me instalo otra vez.
Me quedo un ratin escuchando a Ismael ...
Besitos cielo
Puedo preguntar ... ¿estás bien?
No dejo de escuchar la canción de Fran Fernández. Me tiene mpresionado y la pongo una y otra vez. Es buenísima. Gracias por dármela a conocer. En mi desván estamos de fiesta. ¿Te apuntas? Un abrazo.
ResponderEliminarVOLVI CONTARTE QUE PUSE LO DEL TEMA SEGUIR NO VA CON MIS CONVICCIONES PERO CREEO QUE LA OCASION LO MERECE SIEMPRE ES UN PLACER RECIBIR VISITAS Y COMENTAR PUNTOS DE VISTA Y YA DE PASO LEO OTRO RELATO ESA CAJA ESTUVO EN MUCHAS CASAS CON ABUELAS PERO NO TODOS LO DESCRIBIRIAMOS ASI AUNQUE SI CIERRO LO OJOS SIENTO TODO LO QUE DICES SOY UN NOSTALGICO EGO GRACIAS POR LA VISITA SALUDOS DEL EGO
ResponderEliminarHe leido el texto,porque he visto la foto de la caja.
ResponderEliminarMi tia(la hermana de mi madre)tiene una igual.
No se si era de galletas?
El texto esta genial.
Sigue así.
Ahora es navidad de 2009.
Feliz año 2010!!
Marlen
ya sabes, entra en el nuevo año con el pie derecho, echa oro en tu copa, ropa interior roja, cuidada con los atracones, también cuidado con no atragantarte con las uvas...
ResponderEliminaro mejor, no hagas caso a nada de eso y DISFRUTA MUCHÍSIMO DE LA ÚLTIMA NOCHE DEL 2009 y q el 2010 venga lleno lleno hasta los topes de cosas buenas y por supuesto, muchísimas música!!!!
pd: entre nosotros ;D : q venga cargadísimo de conciertos de Rafa Pons jejeje ;)
el último besazo-dosmilnuevero!!! ;D
¡¡¡ Madre mía!!! Que historia mas tierna, si me has llevado a mis orígenes, al lado de mi abuela y sus guisos de berenjenas, allí, en el dorado sol de mi tierra manchega, donde dormir la siesta era lo mas sagrado del día, y que yo me saltaba al lado de mi abuela, que cuando no guisaba, cosía, diciéndome mil veces ¿Lolilla, me enhebras la aguja?.
ResponderEliminarSe han paseado junto a mí los cientos de recuerdos de aquella época, y he de decirte que me ha gustado volver de tus letras a mis sueños, emocionantes para una niña pequeña, que creía que la vejez solo era cosa de mi abuela.
Bueno, encantada de pasearme por tu blog, y desde luego que no será la ultima vez. Un abrazo. Lola
La verdad es que no recuerdo cómo llegué hasa acá... pero me atrajo la caja de hilos negra con giguras orientales.... no suelo leer textos largos en la red si no conzco a sus autores, no siempre son buenos... éste me captó, no pude abandonarlo, como suelo hacer con otros... recordé a mi abuelita también... y coincido con alguien que dijo por ahí que ella sabía que habías tomado su caja... las abuelas saben todo...
ResponderEliminarEl último párrafo es envidiable... abrir una caja de recuerdos... quisiera tener una así... seguro eso me llamó la atención de la imágen...
Veré qué más encuentro por acá...
Un saludo desde Buenos Aires
Me he encontrado muchas veces en tu historia, tan palpable... Hace poco visité mi pueblo y vi lo que queda de la casa de mi abuela, me detuve a mostrársela a mi hija, espié las ruinas por una ventana y sentí mucho de lo que escribís. Mi abuela y mis tías abuelas tejían, y yo también pasaba horas dulces e infinitas junto a ellas.
ResponderEliminarUn beso.
He disfrutado mucho leyendo tu relato, es tierno y me ha traído a la memoria viejos recuerdos, sino iguales, similares. Lo has contado de una manera que me ha emocionado. Gracias por tus comentarios en mi blog. Te los agradezco especialmente porque, como tú bien dices, pocos son los que comentan algo allí. Un beso.
ResponderEliminarNos tocaba crecer,y crecimos, vaya si crecimos
ResponderEliminarcada vez con más dudas, más viejos, más sabios.
Tu tienes una caja, donde acaricias historias, que despues nos regalas con generosa maestria.
Gracias.
Una belleza en su totalidad. Derrama humanidad y nostalgia con pequeñas vetas de melancolía cual nudos en la vieja y cálida madera de la que están hechos los recuerdos.
ResponderEliminarMe saco el sombrero ante usted y le agradezco me haya hecho disfrutar tanto su relato.
Un abrazo.
M'has emocionat cabrón !!! Ho dic de debò. Deu ser perquè a part de republicans som uns romàntics rematats. Buff...Bonic, molt bonic. Porte'm a Granada ja, d'una puta vegada. I visualitza'm els teus records.
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