sábado, 20 de junio de 2009

RÉQUIEM


Los sábados de mi infancia eran sábados de misa.

Y aunque protestara no había nada que hacer. Ninguna excusa que me permitiera librarme de esas dos horas de preparación y oración. Nada.
Algún día no podía asistir porque tenía que ir con mis padres a visitar algún familiar enfermo. O sano, pero una visita al fin y al cabo que me exoneraba de mover la boca imitando los cánticos y los salmos de mis abuelos y de los demás parroquianos hijos de Dios.
Pero nada era lo que parecía. El viejo de la casa me emplazaba a la misa del domingo en el pueblo vecino. Y pocas veces, creo que ninguna, coincidía que tenía que visitar a alguien el sábado y a alguien el domingo. Así que profesaba esa fe tanto si quería yo como si quería mi abuelo.

Decía mi abuelo que ese día de la semana, era un día de oración. Santo. Así me lo hizo creer. Y así lo creí hasta que me revelé contra la iglesia y contra los propósitos cristianos de los católicos que iban y venían por ese camino que conducía a la salvación eterna.
Desde que me despertaba, sabía que al final del día me esperaba la iglesia. Nada me salvaba de las plegarias. De las oraciones recitadas en voz alta para que nos oyera el del más allá. Más allá, para mí, porque para el resto, o la gran mayoría, estaba tan cerca que sólo bastaba alzar la mirada para verlo. Yo lo busqué hasta los ocho años, creo. Y siempre que me lo encontraba estaba postrado en los brazos de una virgen quieta, pálida, de mirada tristísima y lágrimas indelebles.
Alzaba la mirada y ahí los veía, encima del cura, a lo suyo, que era la quietud sempiterna.
Para no aburrirme durante las misas, no les quitaba ojo de encima. Buscaba un movimiento, un abrir y cerrar de ojos, una caída del brazo virginal sobre el cuerpo yermo del Cristo redentor. Nunca se produjo el milagro. Y cuando compartía con alguien mis no descubrimientos, me contestaba que andaría obrando milagros a gente más necesitada. Seguro.

Los sábados de mi infancia eran sábados en los que los milagros tenían fecha de caducidad.

Descubrí que si me portaba mal, me castigaban sin ver mis dibujos favoritos, o sin acompañar a mi padre en sus sesiones de cine del oeste. Pero por muy mal que me portara, de Misa no me salvaba ni el espíritu santo. Otro que nunca vi. Aunque ése tenía excusa y un pasado oculto, sobretodo.
Un día me quedé dormido, apoyado en mi abuelo. Se dio cuenta y me sacudió por el hombro y, entonces, los milagros se cobraron una víctima más:

Con voz tosca me dijo:

-Sal fuera y refréscate. Es pecado quedarse dormido en la casa del Señor.

Le regalé una mirada cansada y tras un santo bostezo salí en procesión a disfrutar de mi recién adquirida libertad.

Bien.
A partir de ese día, mis sábados eran sábados de siesta y patio en la casa del Señor. Pero por poco tiempo. Porque se percataron de mis argucias y un día recién acabado el culto, mis padres me mandaron a dormir instados por mi abuelo que decía que necesitaba descansar. Volví, entonces, a estar sereno y aburrido todos los días seis de la semana, de siete a ocho de la tarde. Y volví a ver a la Virgen, con esos ojos otoñales y al hijo en su regazo. Nunca se movieron para mí. Nunca.

He contado que asistía a misa con mi abuelo. Sí. Cierto. Y me sentaba a su diestra cual personaje del Credo. Pero cuando tuve más edad me sentaba, como un niño mayor en los bancos cercanos al cura. Sacerdote que nos miraba con ojos inquisidores. Y si nuestro comportamiento no era digno de un buen cristiano nos abroncaba con esa voz terrible, seca, autoritaria.

Los sábados de mi infancia eran sábados de juegos, de vida, de duelo y de muerte.

Hace días paseaba por el barrio viejo de Girona. Buscaba, creo creer, una primavera en la que exiliarme. Me visitó el recuerdo de esos sábados de mi niñez. Pero uno en concreto. Y cuando un recuerdo invade tu espacio vital, no te abandona hasta que lo escribes, diría Miguel Delibes, o hasta que lo compartes con alguien, que diría un locutor de radio cuyo nombre no recuerdo.

Contaba con diez años y disfrutaba ya de esa especie de independencia eclesiástica: Me sentaba en el banco de los niños mayores.
Al acabar nuestra condena santa de ese par de horas dedicadas a los cánticos y a las oposiciones del alma a la salvación, salíamos a la calle en desbandada. Y a las puertas del cielo, volvía el fútbol. Cogíamos las armas que habíamos dejado en las trincheras de juegos abandonadas por una causa santa aunque injusta para nuestra edad. Y jugábamos hasta que la noche se cerraba y hacía imposible adivinar si había sido gol o el enemigo había sido abatido por nuestras balas imaginarias. Y las voces de las madres reclamaban a los hijos para cenar.

Mi hermano y yo iniciábamos el regreso. Recuerdo esa vuelta a casa siempre. Veo los chopos que guardaban el camino y nos acompañaban hasta cerca de nuestra vivienda. Otras veces veo el cielo iracundo cargado de nubes que descendían sobre la vega de la ciudad mora. Huelo la lluvia fina. Y la veo convertirse en un látigo con el que el cielo me fustigaba por mis pecados vírgenes.

Era una de esas noches. Una noche sin luna, fría como la muerte. Caminábamos juntos, casi pegados. Sosteníamos nuestras historias. Nos decíamos lo bien que jugaba él a fútbol y lo mal que se me daba el juego de la pelota a mí. Lo mío era soñar, y jugar con los sueños. Y escapar de castillos encantados tras matar a no sé cuántos dragones y salvar a doncellas.
Y así, entre discusiones, entre empujones y juegos, nos acercábamos al calor del hogar.

La voz de mi hermano tronó como el cielo:

-¡Eh!, mira, mira, es Duque.

Duque era el perro de mi mejor amigo. Un imponente pastor alemán. Imponente y bueno. De niño había cabalgado en sus lomos.
Pero Duque tenía el lomo encrestado. Gruñía y ladraba a la oscuridad. No sabía qué hacía ni por qué estaba así. Tapaba la entrada que daba al patio. Sólo se adivinaba su figura recortada en esa noche de sábado que empezaba a cambiar de registro.

Con mi voz trémula, con el miedo calado hasta los huesos lo llamé:

-¡Duque, Duque!
-¿Qué pasa? Ven con nosotros. Déjanos pasar. Vamos a jugar, ¡ven!

Pero Duque no estaba para juegos. No atendió mi llamada, ni la llamada colérica de mi hermano.
En ese momento, mi gata vieja apareció. Sus bufidos, sus maullidos me hicieron que mirara más adelante. Estaba postrada bajo los manzanos. El perro la vigilaba y los dos se estudiaban.
Ahora era mi voz quien la llamaba… Sólo quería que me oyese a mí. Que no escuchase los alaridos locos del perro.

Pero la noche ahogó mi grito de alarma.
La gata se zafó del cerco y corrió hasta la alambrada que comunicaba con la casa del vecino. Saltó. Vi su silueta dibujada en la negrura de ese sábado. Pero el peso de la vejez hizo que en su camino se cruzara la alambrada y cayera al suelo. Las fauces del otrora perro amigo, silenciaron su vida.

Yo seguía gritando. Me abandonó el miedo. Ahora sólo tenía rabia. Locura por haber sido testigo de ese ajuste de cuentas entre enemigos íntimos.
Me acerqué al asesino y le golpeé con fuerza. Soltó a la gata, me miró con ojos tristes y, vencido, se alejó de la escena del crimen con paso quedo.
Recogí a mi amiga inerte. Mis manos y mi boca buscaban su respiración. La acaricié hasta que mis lágrimas de lluvia y amargura certificaron su muerte.

Mi madre y mi abuela aparecieron en la puerta alertadas por mis gritos.
No dejaba de llorar. Mi hermano les contó lo que había pasado.
El resto de la noche me lo pasé en el sofá, triste y con la mirada perdida. Y pensando, quizás, que sólo había sido una pesadilla. Que cuando el sol se posara sobre los tejados, al amanecer, ahí estaría mi gata. Tumbada. Esperando que se abriera la puerta por donde asomaría mi abuelo para darle su desayuno y los primeros arrumacos. Y ahí estaría, esperando para acompañarme hasta la parada del autobús escolar, tres pasos detrás de mí, observándome, primero, y despidiéndome con la mirada después. Ahí estaría, si mi pesadilla se tornaba en un sueño vivo.

Hoy es sábado. Un sábado laico.

He paseado volviendo a mi antes imberbe por esta ciudad. Girona me acoge. Me permite pensar, me permite encontrarme con mi pasado. La amalgama de recuerdos lacerantes me hiere. Si son alegres, extraño el tiempo pretérito hasta el dolor. Si son dolorosos, mi alma se contrae, como mi corazón.

La iglesia más antigua de Girona tenía sus puertas abiertas. He recordado lo buen cristiano que era mi abuelo. De palabra y, claro, obra. Y mi abuela, por mi abuelo por su palabra y por su obra. Eran otros tiempos en los que las mujeres, como diría Sabina en sus principios, arrastraban maletas cargadas de lluvia. Mi abuela arrastraba esa maleta donde la mezcolanza de tristezas y alegrías compartían destino.
El destino de esa maleta era este sábado. Y todos esos días en los que me despierto escuchando el ronroneo cadencioso, los maullidos vivaces de mi gata. Ese despertar en el que creo que consiguió salvar su último obstáculo permitiendo que la pesadilla sólo fuera un sueño disfrazado.

Y sentado en uno de los primeros bancos de Sant Felix, he pensado, he recordado y he notado cómo este relato se posaba en mí.
Y la Virgen y el resto del séquito santo y eclesiástico, seguirán tristes, por los siglos de los siglos.

10 comentarios:

  1. ... como jodía ir a misa después de Dartacán y perderte la de "Yon Baine" que decía mi Avi!! Qué crudo y qué bueno!!

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  2. Mi familia, por suerte, nunca fue de misa
    Qué recuerdos tan duros y qué bien los cuentas
    Un placer leerte :)

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  3. La frágil melancolía con la que expresas tus ideas conmueve lo mas hondo de mi ser facilitándome el transito intestinal, pero que sepas que lo he leído todo todito y pienso seguir aunque ponga en peligro mi reputación y mi frágil equilibrio mental.
    Pd: hoy pago yo el cafetito.

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  4. Y van tres, no se que hago mal, este es el tercer intento de dejarte un comentario, esto creo que es un castigo por tardar tanto en leerte... sorry!.

    Es una suerte tener tan frescos los recuerdos de la niñez, aunque sean los de los sabados de misa, porque con ellos van asociados los de tus abuelos y esto es grande, porque ellos son un referente de nuestra personalidad por el legado que nos dejaron para vivir nuestro presente.
    Es una relato tierno,sensible,que desenpolva una parte de nuestra historia reciente de la España de charanga y pandereta que lleno de ignorancia y temor de Dios la vida de nuestros familiares y de nosotros mismos.

    Me gusta leerte, llegas, transmites, transportas al lector en cortos viajes a momentos mágicos, tristes, reales... vivos, con una carga emocional muy intensa.

    Escribe y vive...

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  5. ahora que te da por meterte en la piel de tus personajes (léase GIN TONIC y SU CAFE), porqué no pruebas a escribir como si fueras el perro? de aquí sacamos otro Colmillo Blanco fijo!! el mejor relato de este blog con diferencia

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  6. Conseguí leerlo, tras varios intentos. Me angustia un montón este relato, no sé por qué. Yo en mi infancia iba a misa de forma voluntaria (aunque no me guste reconocerlo) y los gatos no son santo de mi devoción. Pero a decir verdad nunca sé de dónde viene la angustia, sólo que acostumbra a preferir los domingos por la tarde.

    Y como me encanta quedarme con tus frases de este relato me pido: "Buscaba, creo creer, una primavera en la que exiliarme".

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  7. Relatos escritos con inteligente sensibilidad.

    Siempre una nota de nostalgia, un regusto de esperanza, y un sueño por empezar.

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  8. Si hay algo que agradezco a mi padre es el haber dejado la puerta de la fe abierta para que yo elija, cuando lo necesitara cual sería la religión donde encontrara cobijo.
    Triste el tema de las primeras pérdidas que nos manda la vida para entrenarnos en esa necesidad de poder creer.
    Muy buen relato lleno de melancolía.
    Mario, le he dejado unos mensajes en la casilla de correo que figura en el perfil.
    Un abrazo

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  9. Quin relat d'infantesa més macu nen !!! Això de la teva gata et va passar per no anar a missa amb la devoció que es mereixia el capellà del poble. M'has fet pensar en l'UT el primer pastor alemany del teu germà (crec que va ser el primer). I amb els teus gats, sobretot amb l'Alonso. Lluites històriques entre enemics íntims tal com descrius. M'ha agradat molt. ;-)

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