Pocas
amigas mías pueden serlo tanto como mi amiga Eva. La conocí no hace muchos
años. Pero tal como va la vida, tal como el devenir pasa de futuro a pasado en
menos que se conjuga un presente, diría que hace una vida que Eva y yo
compartimos trayecto en este férreo trajín.
Ella
ama a la Almudena Grandes que besa el pan, que surca los aires difíciles, que
sufre las edades, que hiela los corazones y que esboza personajes que delimita
sobre un atlas tan geográfico como humano, tan literario como vivo y memorial.
Yo amo a Bukowski. El Bukowski que repartía cartas, que apostaba en los
hipódromos, que perdía en los hipódromos, que acariciaba gatos, que tocaba
mujeres, que bebía en los bares, que bebía en la soledad de su ventana al
vacío, que escribía para no morir y que leía para no soñar, que rubricó los
mejores relatos donde alcohol y literatura se batían en un duelo fratricida.
Ella va al cine y me recomienda que lo haga yo. Que me deje caer en una de esas
salas en las que proyectan películas que, está convencida, me van a gustar
tanto como a ella. Porque comulgamos algunos gustos y sentenciamos a galeras
las cosas que nos disgustan y alteran. Ella escucha a Rafa Pons. Le excita la
trayectoria de la palabra, la dirección de las letras, la cercana voz tocante y
el talle del cantautor barcelonés. Ella querría ubicarse siempre en primera
fila, justo entre las cuerdas tocadas de la guitarra y esos labios que expelen
historias urbanas y humanas que recorren las aceras de los sentidos sin miedo.
Yo escucho a Sabina, sobretodo y “sobredefinitivo”. Ella toma vino blanco y
vino negro y vino rosado y toda clase de caldos de altivez gradual. Y se
concentra en la sidra cuando alza las barreras y elimina las distancias con su
Asturias patria querida para reencontrarse con viejos amigos. Personas que
irradiaron su pasado, que constelan su presente, que presumen su alegría, que
constatan su bienestar y apuntalan su firmeza sobre este planeta echado a
perder.
Yo
tomo vino blanco porque ella un día me sugirió que tomara vino blanco, que me
dejara de tanto café, que un tío que lee a Bukowski, Fante, Miller, Durrell y
otros, es incomprensible que no bautice sus ratos de lectura y/o escritura
siquiera con una copa de Rueda Verdejo y viceversa. Me atuve de no seguir sus
etílicas indicaciones y ahora, de vez en cuando, cada vez más a menudo, cada
día el momento menos pensado, se consuma el milagro y convierto sus deseos en
vino. Ella es funcionaria de Correos. Yo trabajo en Correos. Ella es de
izquierdas. Yo lo soy también. Ella defiende la transparencia, la democracia,
el debate, la crítica, el trabajo sindical en definitiva. Yo defiendo esa
transparencia que querríamos, esa democracia que anhelamos, ese debate que
pregonamos, esa crítica que construimos, ese trabajo definitivo que establece
los cánones de la militancia sindical en una organización de clase trabajadora
como son las Comisiones Obreras.
Pocas
amigas mías pueden ser tan amigas y tan mías como mi amiga Eva. Posesivo
reglado, lícito, aceptado y recíproco.
Aunque
David Trueba sospecha que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios
universitarios y como la muerte y como las pollas largas. Afirma que el ser
humano eleva ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de
la vida de cada uno. De ahí que la amistad aparezca representada como pactos de
sangre, lealtades eternas e incluso mitificada como una variante del amor más
profunda que el vulgar afecto de las parejas. Afirma que no debe ser tan sólido
el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos
conservados. Quizá sea así. Es más, siempre he pensado que ese “escrito en
servilletas” del autor de “cuatro amigos” arme la razón. Pero existen las
excepciones que confirman la regla y arreglan la amistad:
Eva y yo somos esa excepción confirmante. Y no, no somos de piedra ni de letras solamente. Que como rezó Alberti y agravo yo; lloraremos cuando haga falta, gritaremos cuando haga falta, reiremos cuando haga falta y cantaremos cuando haga falta. Y eso sólo puede materializarse con aquellas personas en las que el posesivo sea un icono de amistad y no un pronombre cruel y castigado.