sábado, 10 de diciembre de 2011

12 CANCIONES



A la hora de siempre y en el bar de siempre, acabo de tomar un café. Lo he liquidado en poco más de cinco minutos, yo, que soy lento a morir cada vez que tengo una taza entre las manos, una panorámica feminidad delante o una dilatada novela aguardando su momento entre mis momentos. Y yo, lento como el castigo cuando les organizo viajes a mis emociones por los cafetales de la fantasía, cuando tras un sorbo viene otro más intenso, he dejado la taza vacía en la mesa que hay justo al lado de un gran ventanal, he saludado y, tras comentar algo con ese camarero que sonríe con la palma de la mano receptiva, he pagado a euro con veinte mi lingote cafeinado.
Cuando cruzaba el umbral, en la radio sonaba una canción sentimental en grado sumo para corazones que pasean su latencia por pasarelas románticas y esponjosas, para personas que juegan al gato y al ratón trayendo por la calle de la amargura a un Cupido entrado en siglos.
Al salir, un rayito de sol ha travestido mi otoño. Un indignado me ha ofrecido un panfleto para que me sume a su lucha contra la actual situación; que los pobres, pobres son y quieren dejar de serlo, y que los ricos, ricos son y también quieren evitar que sigan siéndolo. He pensado, justo en ese momento, que tendría que haber un Cupido para las razones amatorias y otro para las económicas. Que unas veces nos ensartara el cuerpo con sus flechas doradas y otras, con una tarjeta regalo para pagar el alquiler, la hipoteca, o las facturas que se acumulan, como el polvo, en las estanterías de la necesidad.

Llevo días queriendo escribirte una carta. Sí, como aquellas que nos enviábamos y que delataban los albores de nuestra historia. Una rendija por la que espiar nuestro pretérito. Me gustaría que mis letras te devolvieran al principio, al prólogo, a ese comienzo que no terminó hasta que nos convertimos en el resultado de una guerra dialécticamente nuclear. Tu recuerdo poliniza mis horas cuando leo un poema, cuando en la tele programan aquella película que vimos en la semioscuridad de un cine de barrio, o cuando la portada de un libro me reporta a ese tiempo incontestable que guarda nuestro pasado como Salomón su oro. Y hoy, que hace una eternidad de la muerte de Jack London a sus cuarenta años, he vuelto a pensarte y a preguntarme qué andarás haciendo. Hoy, como recitó primero el poeta y musicalizó después el cantautor, es siempre todavía. Hoy me he puesto verbos a la obra para que sean ellos los que te busquen en la alacena de la memoria.

Andrés Suárez suena en el despacho. Son doce canciones que merecen doce relatos. Quizá debería ser capaz de escribir un texto con el título: 12 canciones o doce porqués. Porque cuanto más lo escucho, más me propongo olvidar, cuanto más pienso en conjugar olvidos, más echo de menos mis años que no conocían la preocupación. Cuanto más me echo de menos, más necesito vivir y dejar de preguntarle a las estaciones qué ropa cubrirá tu cuerpo. Y así sucesivamente hasta este punto y aparte con formato musical y número duodécimo.
A ti que usas las canciones como tiritas para el alma, me gustaría hablarte del último trabajo de este labriego de la música, de este gigante de pasos lentos, pero seguros, de este amigo curtido en mil bandas sonoras del día a día.

CUANDO VUELVA LA MAREA nos revela el cruento frente bélico en el que los “quieros” y los “puedos” libran mil batallas, el arduo trabajo de una cabeza que quiere olvidar, el quejido de un corazón abonado al abandono, la precariedad de un contrato hasta que una muerte cabrona separe a algunos, el dolor mitigado por ese robo de horas al calendario, por ese andar espacios para encontrar tiempos en los que compartir con y departir de.

CUANDO VUELVA LA MAREA nos habla de amores correspondidos y de amores negados tres veces, del placer de recibir, del auténtico goce supremo de dar sin esperar nada a cambio, del amor por las letras, de las letras donantes de placer, de compromisos varados en cuerpos contra la pared, de sexos unidos por el gemido de los sueños, de los silencios que tiznan las relaciones, de la nostalgia por aquel tiempo pasado que fue mejor, de la saudade que se enquista en cada poro de la piel que nos habita, de los abrazos que combaten soledades, de la reciprocidad del llanto mientras se asevera que no, que no volveremos a sucedernos, de los gatos en las cornisas que lloran un atardecer, de las bebidas caribeñas con nombre de ron que emborrachan las canciones y contagian los sentimientos, de las cometas que surcan cielos que preñan de azul los mares, de las mareas sorpresivas que nunca sabes qué te van a traer.

CUANDO VUELVA LA MAREA está decorado de faldas rotas, de baños en tugurios de mala muerte habitados por sexos en carne viva, de desnudos que valen más que mil palabras, de la mujer más bella que viste de flamenco los bailes bajo una lluvia de café, de futuros que quieren presentarse, de árboles que tiñen de ocre el paseo, de abriles de ida y de vuelta, de cumpleaños anegados de añoranzas, de treinta y seis razones para no olvidar las muescas en la memoria y las cicatrices en el corazón, de pasos apurados que huyen de la noche y buscan oscuridad, de piedras que entorpecen la huída y de charcos en los que naufraga la tristeza, de esas historias que cuentan verdades aunque viajen despacio.

CUANDO VUELVA LA MAREA mira culos que hacen olvidar, que esquivan la voz y quitan el sentido, observa la vida y sus daños colaterales desde la ventana de un hotel también dulce, reivindica la palabra para que medie entre la distancia y la posibilidad, susurra sonrisas a un desliz mientras una suerte de risa danza y observa a esa rubia teñida de miedos que dice "sí".

CUANDO VUELVA LA MAREA tiene la voz de un maestro, la palabra de un poeta, la música orquestada en un interludio que no conoce fin, la intención de un condenado a vivir, el etílico final de una noche que lame el quemante principio del amanecer.

CUANDO VUELVA LA MAREA eres tú, y fuimos nosotros.

Estas doce razones nos permiten viajar en el carrusel de los sentimientos encontrados. Cada canción es un universo donde nace y muere la vida, donde corazón y cabeza le echan un pulso al deseo para acabar firmando una tregua, fumando una pipa y buscando la paz en el océano furioso de una cama en un cuatro estrellas compostelano.

Mientras me dejo mecer por el piano infinito en cada canción, mis pies se mojan con tu saliva, la marea me devuelve a la orilla de tu voz y mi cabeza se pregunta dónde coño pretendo ir.
Ahora tomaré otro café. Brindaré por tu ausencia huérfana en cada canción. Escucharé los latidos de Andrés y le pediré a ese Cupido viejo y cansado que borre tus huellas, eclipse tu luz, exilie tu recuerdo, silencie tu eco y me indique, en definitiva, un atajo a la calle del olvido.

A modo de posdata me gustaría pedirte que no le apagues Alejandría a tus sueños.

***

He abandonado el despacho hace un momento. Así que ni misiva a nadie, ni canción enmarcada por un poema desesperado, ni remembranza incisiva, ni sendas del perdedor por las que transitar las veces necesarias hasta encontrar un Cupido caracterizado de minotauro encelado. He dirigido mis pasos hasta la parte vieja de la ciudad inmortal que enamora al visitante sin la mediación de un ángel del amor turístico. Mis zapatos negros, de cordones gastados, han jugado a rematar las hojas sobrevivientes a su suicidio otoñal mientras las piedras silentes del barrio judío atestiguaban mis andares recogiendo el cadencioso sonido de mis pisadas.
Las piedras han dado paso a una acera comercial que no guarda luto por la situación económica actual. Un escaparate ha llamado mi atención: José, su virgen, el niño de sabe Dios quién, un buey, un burro, un Ángel aún no caído colgado de un árbol nevado, un grupo de pastores apresurándose a adorar al niño que, al parecer, vencedor por KO al tiempo y a la lógica, ha nacido ya, ha nacido ya. Me he quedado petrificado al contemplar la sonrisa del niño yacente y la amplitud mamaria de la escaparatista. Mi paseo por este día en el que me debatía entre escribir una carta, comentar las canciones del último disco de Andrés o ponerme a escribir de una vez por todas y de una vez, de verdad de la buena, ha dado a su fin en este escaparate contenedor de un Portal de Belén cíclicamente prematuro.

Sentado en esta cafetería de amplios ventanales que dan al Onyar, una que no es la de siempre, ni en la que trabaja mi camarero de siempre, contemplo el recorrido de la vida y sus mujeres vestidas de domingo aunque sea lunes. Sentado aquí, digo, escribo lo que ha dado de sí y de no, de las verdades y las mentiras de este hoy, uno más en una vida ambivalente que muda las hojas cuando llega junio, y se viste de colores cuando el otoño le pasa por encima.

Me entristece que la navidad cada vez llegue antes. Debería ser indiferente, pero me molesta sobremanera que ese niño vea la luz de las rebajas antes que ninguna otra. Para el veinticinco de diciembre ya no será un recién nacido. Andará dándole que te pego al buey y al mulo, tirándole de las barbas a José hasta convertirlo en bendito o pidiéndole Nocilla para merendar a su madre, renovada virgen. Y cuando hagan su entrada en escena los tres de oriente con el oro, el incienso y la mirra, les espetará que vaya mierda de regalos, que donde él ha nacido hay cosas mucho más chulas (véase catálogo de ofertas)

Mi cabeza, caprichosamente recurrente, se desliza hasta el escaparate. Me veo reflejado y preguntándome cuándo dejé de creer en estas fiestas que arriban cuando el verano da sus últimos coletazos. Cada vez los tiempos vuelan más según nuestras necesidades, o las necesidades del dinero no corriente ni moliente. No debe ser muy saludable mezclar en una terraza esos polvorones con sangrías o café con hielo. Porque si continuamos así, el salvador de los hombres acabará compartiendo martirio con San Valentín. Aunque tiempo al tiempo, que como al Corte Inglés le dé por darle matarile antes de Semana Santa para adelantar las rebajas, no habrá milagro que lo salve.

Lo último que he pensado, antes de sentarme en esta mesa, ha sido que ya podría haber nacido yo en un pesebre así. Y emular a Rómulo y Remo mientras soy amamantado por esa loba capaz de resucitar mi espíritu navideño antes que cualquiera de mis fantasmas pasados, presentes y futuros.

Acabo de llegar a casa. Mi gato me mira con indiferencia porque aún no tiene hambre. Conecto la radio y dejo que el amigo Suárez le ponga voz y sonido a este día cargado de cuentos, de recuerdos, de vistas, de pasos, de letras sin destinatario, de cupidos, de alumbramientos…

El teléfono ha sonado a las once de la noche.

- ¿Qué te he pillado haciendo? Ha preguntado su voz al otro lado.
- Nada, ahora quería leer algo, o ver algo en la tele, o escuchar algo. Algo.
- Mmmmm, ¿Ya has escrito la carta romántica para el programa de la SER?
- Claro, hace un rato la he terminado
- Qué bien, pensaba que no lo harías
- También yo lo pensaba
- ¿Le has escrito a Andrés diciéndole lo que te ha parecido su disco?
- Claro, hace un rato se lo he mandado
- Vaya, estás desconocido, escribiendo cosas románticas y observaciones musicales
- Lo estoy, no me reconozco, voy a por un café mientras espero que regrese mi yo, creo que alguna musa lo está poseyendo.
- Jajajaja. Me entra la risa, pero que sepas que me gusta que hayas escrito algo en lo que las protagonistas no sean tetas, ni cafés ni gatos. ¿Ves cómo todo cambia? –Ha añadido con un deje de duda.
- Ya, pero yo no pensaba en cambiar. Pensaba en escribir, o hacerlo más, lo de escribir, digo. Eso ya sería de por sí y para mí, una novedad.
- Pero sigues siendo tú, teta arriba, teta abajo, sólo que Andrés y ese concurso necesitan otro punto de mirada tuyo.
- Cierto, debería estar contento por haber hecho lo correcto.
- Bueno, voy a preparar la cena y las clases de mañana
- Bien, hablamos luego, o después de luego.
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- Esperar que vuelva la marea.